Parado ahí, estaba. Delante de tu imagen, dichosa. Alzada en hombros por un
pueblo que, como yo, te ve hermosa. Creí verte llorar. Brillar. Mirarme a mí. Derramar
una lágrima como mi puño. Creí llorar yo. Al menos los ojos estaban vidriosos
mientras me agarraba al trabuco. Qué más quisiera compartir con los demás la
dicha del ritual. Yo solo te guardo, como amiga y cultura. Es cierto, a veces
me escondo. Otras me callo y no te reclamo. Te niego. Mas nunca te pierdo el
respeto. Si lloras porque te dejaré, deja de hacerlo, mis manos van a soportar
el humo negro y el metal caliente muchos años más. Que te voy a soportar,
corriendo, hasta llegar al final. Si lloras porque estoy perdido, entonces me
uno, que ya lo sé. Si lo haces porque no tengo fe, échale la culpa a la lógica
intelectual. Si lo haces porque quieres que me vaya, entonces házmelo saber. Y
si lloras por mí, hazlo. Que tu alma es mucho más grande que tu figura. Que te
protegeré, de rojo y amarillo, hasta encontrar el remedio que me regales para
mi cura.
Gregorio S. Díaz "Dichosa."