No me llores más. No me abraces por la espalda cuando miro por la ventana
para así evitarte, que de la fuerza con que me aprietas me precipito, me
inclino y siento un vértigo que da auténtico miedo. Desde un cuarto puedo salir
más que malherido. No llores, que dejas lágrimas en mi camiseta y se empapa.
Noto entonces algo que viene de ti, recordando que exilié todos tus recuerdos y
que desterré cada cosa que tenía tu procedencia. Habla, hija. Habla algo. A ver
si así te salen tus demonios, esos que en silencio siempre mataron. Que estoy
viendo que no me resisto a tu cara de corderito degollado. No pidas perdón, que
no lo obtendrás. Como si no te conociera, que eres Lucifer en persona, pero con
tocado. Deja de llorar, de protagonizar el papel de víctima, ese que no te
tienes que estudiar y que no te avergüenza dar al público, porque ese sí que te
lo sabes. Actúa, sigue partiendo tu cadera al andar. Pero creo que tengo que
ser yo el que deje de soñar. De tener pesadillas, mejor dicho, contigo. Que si
me tocas creo envenenarme. Que ya ni sé que un día hubo palabras y alegría. Sin
embargo, me traiciona el subconsciente. Y a ti, lo sé, el consciente. Lo
siento, antes de ti hubo otra, y creo que con una bruja ya tuve suficiente.
Gregorio S. Díaz "Pesadilla subconsciente."