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15 de julio de 2015

Mensaje en una botella.

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Lo que recuerdo es que estábamos cayendo. El avión se precipitó al mar en cuanto dijiste que no me querías más. A partir de ahí, todo confusión: gritos, súplicas, lloros y rezos. Supongo que te contaron que nadie sobrevivió. Cómo iban a saber ellos que pilotabas desde casa aquel maldito cacharro, esos mismos que te arroparon, para que superaras un dolor que ya hacía tiempo que habías superado. Sobreviví. A la deriva varios días estuve, sin comer, sin dormir y pensando, solamente, en morir. Cuando divisé tierra no lo pude creer, nuevas cosas estaban por ocurrir y por aparecer. En aquella isla no había nada, ni nadie. Alguien estuvo allí, eso seguro, encontré una botella de vino precintada. Otras vacías. Otras rotas y otras pintadas. Tengo el pelo tan largo que no recuerdo la última vez que me lo corté. Tengo tanta barba que ya ni pica. Casi un año de náufrago en aquella isla perdida. Lo hice, lo tuve que hacer. Agarrado a la botella, me bebí el vino anoche, compartiéndolo desde la arena con las estrellas. Me encantó matar a la soledad. Pero no creía que hoy iba a volver, acompañada de resaca. Lo tengo claro. Necesito ayuda. Voy a escribir algo y meterlo en la botella vacía. Luego la tiraré al mar. Tiempo al tiempo, que algún destino tendrá. Ayuda, ven pronto, antes que me vuelva loco o me mate a mí la espera.

Gregorio S. Díaz "Mensaje en una botella" 

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