Lo que recuerdo es que estábamos cayendo. El avión se precipitó al mar en
cuanto dijiste que no me querías más. A partir de ahí, todo confusión: gritos,
súplicas, lloros y rezos. Supongo que te contaron que nadie sobrevivió. Cómo
iban a saber ellos que pilotabas desde casa aquel maldito cacharro, esos mismos
que te arroparon, para que superaras un dolor que ya hacía tiempo que habías
superado. Sobreviví. A la deriva varios días estuve, sin comer, sin dormir y
pensando, solamente, en morir. Cuando divisé tierra no lo pude creer, nuevas
cosas estaban por ocurrir y por aparecer. En aquella isla no había nada, ni
nadie. Alguien estuvo allí, eso seguro, encontré una botella de vino
precintada. Otras vacías. Otras rotas y otras pintadas. Tengo el pelo tan largo
que no recuerdo la última vez que me lo corté. Tengo tanta barba que ya ni
pica. Casi un año de náufrago en aquella isla perdida. Lo hice, lo tuve que
hacer. Agarrado a la botella, me bebí el vino anoche, compartiéndolo desde la
arena con las estrellas. Me encantó matar a la soledad. Pero no creía que hoy
iba a volver, acompañada de resaca. Lo tengo claro. Necesito ayuda. Voy a
escribir algo y meterlo en la botella vacía. Luego la tiraré al mar. Tiempo al
tiempo, que algún destino tendrá. Ayuda, ven pronto, antes que me vuelva loco o
me mate a mí la espera.
Gregorio S. Díaz "Mensaje en una botella"