Llegó el punto en el que tuve que mirar por mi seguridad. No atacar a lo
loco, y defender lo que tengo, que es muy poco. Es por eso que vivo en estas
trincheras. Cuando llueve, la tierra se vuelve barro, y mis botas se llenan de
fango. El frío y la humedad calan más allá de unos huesos, por encima de un
uniforme raído por el tiempo. Solo me queda una bala en el fusil, y no es para
el enemigo, sino que la guardo para mí. No quiero que me maten ellos, yo también
tengo capacidad para decidir si debo morir. La sopa de la cocina solo es agua
caliente. El catre está más duro que el suelo. Los aliados hace tiempo que
empezaron a recelar. Los beligerantes no esperan. Van con todo. Los que dejé
atrás, creía yo rendidos, vienen con más fuerza que nunca, atacando de frente y
al corazón. Los de delante, lo hacen lenta y pausadamente, atacando por todos
los frentes, directos a mi mente. Guerra psicológica, diría yo. Y qué decir más,
me van ganando. Pero no me matarán, no. Mi orgullo hace buena la idea el suicidio.
Gregorio S. Díaz "Guerra psicológica"