La celda de castigo solo tiene cuatro paredes y aun así se me hacen
pequeñas. Una está al sur, en África. Al norte, Dinamarca. Al este el Atlántico
al oeste, Vladivostok. Y sin embargo, me siento encerrado. No corre ni el aire.
No pasa ni una persona que sea libre. No sé mirar más allá de la luna del
cielo. Siempre me tropiezo con lo que tengo enfrente y no avanzo. Así que te
pido que rompas los hierros que aún me aprietan. Que me hacen sangre. Que me
escribas una carta para poder releer estas noches de invierno en las que hace
mucho calor. En la que poder verte. Esperanza tener. En la que me cuentes como
me conociste, cómo me encontraste. En la que él me tranquilice, como quisiera
hacer yo a mi yo anterior. Dime, por favor, que no estoy agotando mi tiempo. Ni
desaprovechando la juventud de mi cuerpo. Que de oasis en oasis no avanzo en el
desierto. Dime que habrá mar, al que tirarme. Que tendrá tu olor, para así,
sonriente, ahogarme. Dime que habrá una isla tras la marea. Que estarás tú,
despeinada y fea. Que te irás y vendrá otra a la que escribirle cosas como
ésta.
Gregorio S. Díaz "Dime"