Duerme chiquillo, duerme tranquilo. Que ella viene de noche y se mete en tu
cama, rota. Llora y llora entre tus sábanas y tu abrazo amarillo. Confundido y
preso de la duda, te despiertas. Está ahí, no es broma. Desprovista de toda
ropa que quieras quitar. Suave e inocente, dulce y pendiente a tus deseos
realizar. Pero tú no quieres. Escuchas las cosas que tiene que decir. Cómo se
arrepiente cuando se fue y que no se volvería a ir. Que no le han ido las cosas
tan bien como suponía, trae otro corazón partido y harapos de cortos vestidos. En
fin, que no le ha ido muy bien. Como si se pudiera volver a empezar. Borrar la
indiferencia del atrás y la indecencia del orgullo sin la verdad. Pero la ves
ahí, tan vulnerable que la piedad se apiada de ti, otra vez. Ya no te acuerdas
de los cuatrocientos días que no tuviste paz. Ni de las mentiras que te contó
cuando eras fácil de manipular. ¿O es que no te acuerdas de las oportunidades
que perdiste por ser un capricho para sus ganas de devorar? Que no calentaba ni
su nombre y tú creías ser el más afortunado y cachondo hombre. Mírala. Sigue
ahí, por la mañana. No tiene familia, no tiene casa. ¿Qué haces? La llevas de
compras. Le devuelves la sonrisa. Les pides a los demás que callen. Les guiñas
los ojos. Ella no se entera de lo que los vecinos hablen y se quiere creer los
besos que le das, tan mentirosos. Que todo el mundo se ríe a sus espaldas, que
le estás haciendo creer que todo es suyo y en realidad ella no tiene nada. Depende
de ti para no ser una desheredada, aferrándose al recuerdo de la nostalgia que
a ti solo te trae ganas de venganza. Al final, te da tanta lástima que hasta
esa dulce venganza te da vergüenza. Porque tú no eres así. Entonces le abres la
puerta y le confiesas. Si la lección ha aprendido, resurgirá de sus cenizas. Como
no lo va a hacer, saltará de hombre en hombre, arrancándole su propio poder.
Hasta que el cabello rizado y los labios morados, se conviertan en pasado y
ella sepa lo que de verdad es una mujer.
Gregorio S. Díaz "Venganza,"