Estoy enamorado. O no, sería precipitado afirmarlo. No sé. Uno no se puede
enamorar de las miradas, ¿no? ¿O sí? Será por el masoquismo al que siempre me
remito, a los retos imposibles, a las metáforas, a mis propios mitos. Pero,
¡no! Yo recuerdo tus ojos verdes encima de mí, como si fueran alfileres. De
reojo y con labios rojos. Te recuerdo dentro de mi mente, a pesar de estar de
ti a pasos veinte. Esta vez no me podían engañar los sentidos, el alcohol quizá
pudo habérmelos distorsionado, la primera vez. Por eso a la mañana siguiente me
levanté con reinas y reyes en la cabeza, como si todo fuera producto de mi
corazón ya demente. No olvido nunca mi egoísmo y no olvidaré jamás como lo
amabas con las palabras y con la mirada,
haciéndole el amor a mis ideas. Haciéndoselo yo a tus lecturas. Uniendo un
lazo, que puede ir más allá de simple cultura. Esta vez no. Esta vez fue real.
Seguramente, fue al revés. Fui yo el de los ojos negros, y no azules, el de los
labios marrones, no rojos, el de las miradas y los perfumes. Una construcción
artificial, lejos de lo natural. Me faltó la mirada aguantarte, lo sé...pero...
¿tú has visto como quemas al mirarme? Me faltó sonreírte, está claro, aunque
dónde voy yo con la boca en la cárcel de barrotes. Me faltó decirte: "Hola qué tal, ¿ya me has leído? Pensé
en Jeannette al verte la primera vez".
Gregorio S. Díaz "De reojo"