De alguien leí que no nos rompe nadie. Que a mí no me destrozaste tú, ni me
dejaste sin el necesario aire. No, qué va. Me quebré yo solito, como la bolsa
de Wall Street cada dos por tres y en el veintinueve. Sin previo aviso. Mira
que los corredores me lo advirtieron, vendiendo acciones por encima de su verdadero
precio. A mí no se me olvida, que siendo cabezota y necio, pensaba en serio,
que los dos, juntos, podíamos superar la caída. Que creí firmemente que era
final del comienzo. No estuve atento a las señales del tiempo, de la distancia
y del presentimiento. Aunque recuerdo como alimentaban al miedo mis locos
sueños. Así que no, no fuiste tú la culpable de todos mis males. De hecho no
eres nada. No lo eres. Si acaso, un recuerdo etéreo que a veces parece que no
existió. Una llama que prendió tan rápido que no dejó ni cenizas. Con la
perspectiva que me dan los años, si volvieras a la vieja ciudad que un día
recorrimos con besos e Historia, solo te daría las gracias. Por enseñarme a
conocerme a mí mismo, por parar el partido al que jugaba sin equilibrio. Porque
quien se hundió fui yo y no tu empujón, que de ese y otros, ya me zafé, en
menudas ocasiones. También te perdonaría. Al fin y al cabo, solo eras candela
fría y yo un dulce veneno. Recuérdalo cuando me leas, y te veas, algún día de
un futuro invierno.
Gregorio S. Díaz "Como la bolsa de Wall Street"