Dónde y cuándo. Dónde y cuándo, señor, se dejó usted la carita de niño
bueno. La juventud de su cuerpo, la pureza de su rostro y el alma de ángel
travieso. Yo solo sé, señor, que tuvo que ser a lo largo del camino, esos duros
pasos que ha logrado dar todo este tiempo. Sin darse cuenta, señor, sin
percatarse. Se fue haciendo mayor, inevitablemente, sin dejar de ser un niño.
Se fue percatando de la realidad, que no era tan fantástica como suponía la
épica. Dónde y cuándo, señor cuénteme, se dejó aquella bonita conciencia de la
ignorancia, creyéndose igual que el resto. Aquellos lejanos pensamientos de
sangre y vampiros cercanos, de victorias mutiladas y de reinos en cuentos y
personajes divididos. Solo le puedo decir, señor, que tuvieron que ser todos
esos libros, los que le vivieron y los que, por igual, le mataron un poquito.
La soledad de los amores de hielo y barra, de mensajes y distancia, los que le
inmunizaron a los de papel y espada. Sin enterarse señor, le fueron comiendo la
tostada, ganando la batalla. Fue recostándose, sin pensarlo, en su sofá. Sin
querer salir y plantar al mal cara. Sin apenas saberlo, señor, le creció la
barba y las dudas de la academia le hicieron aún más mella. Señor, por favor dígame,
dónde y cuándo se dejó las ganas. Las de los viajes y las aventuras, todas las
ideas que le hacían sangrar tinta. En qué momento, permítame preguntarle, empezó a
pensar en la guadaña. Señor, dígaselo al niño que dentro de su interior se
halla.
Gregorio S. Díaz "Señor"