No negros,
sino ojos tintados. Así se vería el mundo diferente, aunque a mí ya no me hacen
falta esas gafas para verlo manchado, tal y como está dibujado en mi mente. Por
eso te digo: vuelve. No tiene que ser
ahora, ni mañana. Ni dentro de dos meses. Vuelve, algún día. Cuando te apetezca
y te muerda la nostalgia. Cuando mueras y quieras vivir o cuando vivas y
quieras morir. Cuando sientas que vuelve esa niña que siempre habrá en ti. Cuando recuerdes una de mis sonrisas y creas acordarte de lo que era ser feliz. Puedes pasar otros cuatro años con él, dos noches con este y
veinte días con el otro. Pero pasa conmigo los cincuenta años que de vida te
quedan. Más de lo que ya llevamos perdido. Vuelve al caer la noche o al
amanecer, que también me vale. Vuelve un lunes o un domingo. Te estaré esperando. Puedes leer miles de
libros, pero haz el favor de diseccionar el mío. Cuando lo acabes también
puedes volver y volverme a inspirar letras obsesivas. Puedes visitar millones de lugares, pero no olvides al que siempre pertenecimos. El tuyo y el mío. Vuelve. Te entregaría el corazón
al que no se disparó Bécquer. El mío, que nunca te di y el tuyo que, mías, debe
tener alguna que otra cicatriz. Vuelve, ya sabes. Yo vagaré por meses con ella,
multitud de noches con alguna que otra, y más de cien días con cualquiera. Pero
pasaría contigo los cuarenta y nueve años que de vida me restan.
Gregorio S. Díaz "Cuarenta y nueve"