Siete cosas que me recuerdan a ti:
La ciudad.
Esa que nos hizo, con sus edificios, un pasillo para que juntos y de la
mano la recorriéramos. Esa que nos quedó por explorar, porque tan solo dimos
unos pasos. No la recorrimos entera y no nos perdimos entre sus miles de
recovecos. No te robé ningún beso en lugares tan históricos como grotescos.
El frío.
De otoño y de invierno. Con esa sensación de calarte hasta los huesos. La
de tener siempre las manos heladas, los labios congelados y la nariz colorada.
El escalofrío que precedía a un fuego que calentaba y que poco a poco quemaba,
con las llamas que avivábamos.
El bus.
Porque me llevaba a ti, porque te traía a mí. Cada tarde y alguna que otra
noche. Recuerdo la iluminación precaria, sus tonos rojizos, sus zumbidos y los
rostros de personas ajenas, no conocidas. Pero también esa dichosa aplicación
que profetizaba su llegada. Y cómo olvidar esos besos, con sabor a despedida,
en tu parada.
Paleografía.
Qué odiosa era, y cuánto me sirve ahora. Dos días para estudiarla, minutos
para suspenderla. Ella influyó también en mi esquizofrenia. Recuerdo amarte,
con arte, esa misma noche. Antes de la prueba de Prehistoria. Ahí no fui yo,
sino tú, quien empezó con el cuerpo a quererme. A quererte. Fue la última vez
que te vestiste al amanecer y saliste de mi cama. No lo sabrás, pero yo con mi
retina te grababa. Allí desnuda, sentada. Un beso inocente en tu espalda.
La música.
Esa canción en portugués que hace que bailes, como lo hicimos la primera
noche, y esa lenta, en castellano, que me hizo atender a las mil cosas que
tenías y que dejé escapar. Esa que me dedicaste y que supiste inculcarme: que
no todas son igual, que algunas os salvabais. Qué pena no haber puesto el oído
y escuchar con fe ciega. Dejarse llevar para poder ganar de una vez por todas.
El perdón.
Ese que es invisible y que nunca creí, fueras a darme. Ese que yo no di, y
no doy, a candelabros que se apagaron al soplar un poco de aire. Ese que no
merezco, por ser un terco y no quedarme. Por querer volar y no esperar a crecer
más. Por creer que si rápido no va, nunca irá. Como si nada que sirva no se cociera
a fuego lento. Despacio. El tiempo hubiera limado las piezas que del todo no
encajaban en el juego.
Las palabras.
Las que sigo dedicándote, como desde entonces. Las que se han ido
resquebrajando con el tiempo, las que han evolucionado y han dejado atrás el
pasado. Ahora, esta vez, de verdad. Esas que nos han roto tantas veces, las
mismas que pueden volver a cosernos. Aunque no me atreva, aunque lo esperes.
Gregorio S. Díaz "Siete cosas que me recuerdan a ti"