Me tengo
que marchar. Es así. Aquí ya nada me pertenece, nadie parece conocerme, con
ninguna quiero endurecerme. Todo me es indiferente. Ni la alegría de pulular
por unas calles que recuerdan a una alegría pasada de un mundo que, de
adolescente, creía tan pequeño que podía comérmelo. Ni luego, cuando descubrí
que era mucho más grande y que, con mis manos, podía calzarlo. Solo por salir,
bailar, besar y creerme su dueño. Hoy sé que este mundo es tan inmenso que no
puedo ni imaginármelo. Que no puedo entero recorrerlo. Y el ingenuo de mi yo
alterno, allá por atrás en el tiempo, queriendo merendárselo. Como si él no nos
comiera, pedazo a pedazo. Año a año. Me tengo que marchar porque nada es mío y
todo me lo arrebataron. Porque ella se fue, la dejé partir, y esta vida es
continuo incendio. Cenizas que vuelven a arder, sin ser un milagro. Nada poseo
y es que nada quiero. Salvo libros. Esos que me los den enteros, que ya firmo
la primera hoja para que consten en mi testamento. Lo que quiero decir es que
nada de lo normal es lo que quiero. Lo que tienen todos. Si lo tuviera, sería
estancarse y rutina. Huir siempre del mismo día. No te quiero ni a ti, a pesar
de que eres lo que querría. Para quedarme aquí y morir de arrugas. No quiero
parar cada domingo, porque me acostumbraría. A pesar de que me da vértigo
cuando no lo hago un día. No quiero ver este mismo sol cada madrugada fría. Ni
esta ciudad, ni sus cercanas lejanías. No quiero morirme donde me lleno de
frustración y agonía. Donde cada persona conocida, en realidad, es desconocida,
donde no se abren nuevas puertas y no existen viejas salidas. Donde reina la hipocresía.
Me tengo que marchar, porque si no lo hago…seré otro que ante el poder se
humilla. Otro que no muere de pie y vive de rodillas. Y yo quiero volar libre.
Mantenerme en constante rebeldía…
Gregorio S. Díaz "Me tengo que marchar"