Es
mirarte y tener que escribirte. Tener que describirte puede ayudar a mitigar el
dolor que siente este empobrecido corazón al no saber ni siquiera cuáles son
las iniciales de tu nombre. Solo sé lo que tu mirada dice. Y no habla de eso,
precisamente. Habla más de cosas imposibles. De deseos. De pasión. De improbables.
Y de que, alguna que otra noche, sí que sería posible. Luego, cuando miras al
horizonte como si no dejaras de mirar a una nada que nunca acaba, mis piernas
tiemblan, busco lo que ves y afirmo, firmemente, que eres mi musa. De esas que
te hacen querer morir. De esas que no te dejan ni pararte a escribir. Como si
hubiera descubierto un camino que podría sacarme de aquí. Sé que solo me
pincharía con tu aguja. Que sangraría. Pobre masoquista de mí, que mataría por
morir así. Amándote y muriéndome. Amándome y matándome. Qué más daría. Solo
contemplarte llena de tinta cada uno de mis pasos, que parecen sintéticos, y no
humanos, al recibir tu estímulo automático. Mi bolígrafo rojo tuvo que
deslizarse rápido, justo antes de salir al escenario, donde Piaget y Vygotsky
se unían en un intento terrorífico de explicar el desarrollo cognitivo. Hasta
ellos se sonrojaron cuando la mirada te aguanté y tú, a los dos coma dos
segundos, los apartaste. Como si no me miraras. Ahí nació algo que algún día
crecerá. Letras que ni yo mismo entiendo de una historia que te tiene como
protagonista. Porque es que te miro y te escribo. Porque es que me miras, y
suspiro…
Gregorio S. Díaz "Mirarte y escribirte"