Me quedo con aquella mirada. La
que por entonces me quemaba si se me dedicaba y la que, hoy por hoy, me
desvanecería. Si me miraras ahora como antaño, creo que sería capaz de volverme
invisible o algo. Podría dejar de existir todo esto que me rodea. Pero los años
han hecho mella. Han hecho daño. Ya no somos imprescindibles. Ya ni el vértigo
marea. Tampoco creas que me quedo con esa mirada porque fuera tuya. Más bien
porque era a mí a quien mirabas. Porque no creo que haya otros ojos con esa
magia. Con ese poder. Con ese hechizo. No creo que me vuelvan a mirar con esas
ganas. Con ese proceder. Con ese toque maldito. Me quedo con aquella mirada. La
que está en fotografías y fotogramas grabadas. No sé si algún día saldrán de la
pantalla. Lo digo para enmarcarlas o para quemarlas. Para no volver a ellas
cada enero, como el que empieza con algo en la mochila por año nuevo. Ahí siguen,
queriendo echar humo y ardiendo mi retina cada vez que las miro. Me quedo con
aquella mirada porque confirmaba lo que ni yo sospechaba: lo loca que por mí
estabas. En los flashes de cámara se ve de forma muy clara. Esa aura roja que
nos impregnaba. El hilo rojo que nos conectaba. Qué pequeño creí ser para ti y
qué grande fui. Parece mentira que un día llegué a ser todo tu existir. Parece
mentira que no queden ni las maderas con las que naufragué. Las que me salvaron
y contigo no compartí. Me quedo con aquella, tu mirada, porque te la igualaba.
Me quedo con aquella mirada porque yo también te miraba. Porque a mí, igual que
a ti, me poseían esa pasión y esas ganas. Me quedo con aquella mirada porque
salvaba. Me quedo con mi mirada porque te miraba.
Gregorio S. Díaz "Me quedo con aquella mirada."