Analizar, milésima a milésima, el
pasado. Reconstruir hechos mentalmente. Querer cambiar algo, querer cambiarlo todo.
Querer grabarte para siempre, en la mente. Por eso lo de escribirte. Para que
no te vayas nunca. Para que te quedes. Para que los dos desconocidos piensen en
lo que pudo haber sido. Al verte doble, creí que demasiado había bebido. Como
si una cerveza sola provocar pudiera aquel desvarío. Al cantar y saltar, a mi
lado, creí, te lo juro, estar enamorado. Noche mágica. Llena de hadas de la
música y de espíritus inmortales, que danzaban al son de las almas que somos,
como fantasmas errantes. Cerca de ti, canté al amor que muere. Y al que duele.
Al olvido, al temor y a las nuevas oportunidades. Te canté a ti, aunque no
pudieras escucharme. Imaginé cómo decirte que yo también podría dedicarte un
romance, y dejar a la Luna donde está, testigo del pliegue de nuestras pieles.
Divagué pensando cómo hablarte. Cómo atreverme. Cómo parar el tiempo con la
mujer dormida en el aire para contarte de mi lengua la leyenda de aquellos dos
volcanes. Cómo enseñarte a cambiar el mundo, bailando, sin los pies pisarte. Cómo
poder, de tu gemela, diferenciarte. Cómo paralizar tu mirada al mirarme. El tren,
por segunda vez, pasó, como pasan todas las canciones. Y luego me torturé, en
cómo encontrarte. Me maldije por no haber tenido el suficiente coraje. Que ya
no volveré a ver tus dientes de collares. Que ya solo quedarás en los sueños
perdidos y no habrá primer beso. Que solo serás la chica especial del concierto…
Gregorio S. Díaz "La chica del concierto"