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22 de febrero de 2017

París, 1988.

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París, año 1988. El Muro de Berlín aún no ha caído, pero está a punto de hacerlo. No queda esperanza en el desvirtuado socialismo. Nieva. Nieva copiosamente sobre los Campos Elíseos y sobre la torre Eiffel. Nieva sobre la Francia occidental que se zafó de todo pasado medieval de un plumazo a base de revolución. La que fue borrada del mapa cuando tiranos en Europa mandaban. La que, a la fuerza, fue descolonizada. La que en Mayo del 68 fue renovada y de lucha colmada. Nieva y el frío se traspasa por las ventanas. El estudio, caliente, de desorden y libros se halla. Tapas viejas y duras, páginas amarillas subrayadas. Ideas en busca y captura en pleno acto de lectura. Es temprano y ella no ha dormido nada. Se ha pasado la noche leyendo esa novela que debía terminar, por la voracidad y el no saber qué pasará. El flequillo le molesta en la cara. Tiene ojeras y la vista cansada. En la radio Jamais Nous de Elsa mientras se lo piensa. La mañana en el liceo la dejará muerta. La rutina y la maldición de un tiempo que no quiere vivir, la termina por decidir. No habrá mejor plan que dormir. París, 1988, y ella está ahí. Sola. Esperándome. A mí. Que alguien le diga que siga leyendo esas novelas. En algunas de ellas alguno de los escritores le dirá que se rinda. Yo aún no he nacido y no podré visitarla. Besarla y amarla. Compartir la ciudad y la música que son exactas. Que se conforme con alguien que se me parezca. Lo mismo que haré yo en esta cronología de mierda.

Gregorio S. Díaz "París, 1988" 



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