París, año 1988. El Muro de
Berlín aún no ha caído, pero está a punto de hacerlo. No queda esperanza en el
desvirtuado socialismo. Nieva. Nieva copiosamente sobre los Campos Elíseos y
sobre la torre Eiffel. Nieva sobre la Francia occidental que se zafó de todo
pasado medieval de un plumazo a base de revolución. La que fue borrada del mapa
cuando tiranos en Europa mandaban. La que, a la fuerza, fue descolonizada. La
que en Mayo del 68 fue renovada y de lucha colmada. Nieva y el frío se traspasa
por las ventanas. El estudio, caliente, de desorden y libros se halla. Tapas
viejas y duras, páginas amarillas subrayadas. Ideas en busca y captura en pleno
acto de lectura. Es temprano y ella no ha dormido nada. Se ha pasado la noche
leyendo esa novela que debía terminar, por la voracidad y el no saber qué
pasará. El flequillo le molesta en la cara. Tiene ojeras y la vista cansada. En
la radio Jamais Nous de Elsa mientras se lo piensa. La mañana en el liceo la dejará
muerta. La rutina y la maldición de un tiempo que no quiere vivir, la termina
por decidir. No habrá mejor plan que dormir. París, 1988, y ella está ahí.
Sola. Esperándome. A mí. Que alguien le diga que siga leyendo esas novelas. En algunas
de ellas alguno de los escritores le dirá que se rinda. Yo aún no he nacido y
no podré visitarla. Besarla y amarla. Compartir la ciudad y la música que son
exactas. Que se conforme con alguien que se me parezca. Lo mismo que haré yo en
esta cronología de mierda.
Gregorio S. Díaz "París, 1988"
Gregorio S. Díaz "París, 1988"