No creáis,
compañeros, que esto no me duele. Me quema por dentro, me envenena. Me hiere.
No lo consideréis, tampoco, el enésimo berrinche. En el último ya lo predije.
En mí recae toda la culpa: la presencia de castigos, la ausencia de constante
confianza, han hecho que llegue a creérmelo. Lo de que no llego al nivel apto
necesario para ser medianamente competitivo, que voy de culo con los pies y no
llego ni al centro, que ya no salto y no voy seguro, que, en definitiva, no
estoy a la altura para enfrentarme a un partido importante, trascendental y decisivo.
Que ya no valgo. Y no es por falta de voluntad, de esa no hay duda, pues reniego
de los vicios de la noche antes de cada choque, sacrifico horas de trabajo y
estudio por cientos de kilómetros en coche. Que me relego yo mismo al maldito
ostracismo. Que ya más no me humillo ni me arrastro por campos en los que
deberían contar el sudor, las lágrimas de alegrías y el contacto directo. Que
el que ha estado siempre, va a dejar de estarlo. Por lástima, obligación o
falta de alternativas, no quiero seguir jugando. Que no quiero, joder, seguir
por esto llorando.
Gregorio S. Díaz "Ostracismo"