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2 de mayo de 2017

Aquellos mismos días

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La pelea del día de antes. Por eso de que unas fiestas, aunque de todos, son exclusivamente tuyas y de nadie más, incorporando la idea de que nada ni nadie te las tiene que estropear, evitando así presencias no extrañas pero que impiden moverte a tus anchas. Como si eso fuera lo más importante. Eran excusas, realmente, para hacernos de rogar. Para encima estar y demostrar cuánto queríamos esa compañía, para convencernos a nosotros mismos que dos más dos en tres días, es mucho más que cuatro noches batallando en guerras de las que, de casualidad, sobrevivimos. El mismo momento en que los nervios no te dejan ni respirar. Por eso de que viene ella y todo en su orden se debe colocar. La ropa, el viento, la lluvia, cuando hace eco de presencia, los besos que no se dan, algo más, lo que siempre se escapó y siempre se escapará. Las tardes de soles nublados y madera con olor a hierro quemado, de fuegos artificiales, castillos y bandas, de pólvora mojada y chispas enloquecidas. De velas encendidas y llamas. De ron compartido y maquillaje en el espejo que guarda el recuerdo, de tu silueta, etéreo. O quizá son mis ojos que a veces, y no solo en sueños, te cree allí dentro. Noches de chalecos rojos y amarillos, de pañuelos y gorros llenos de flores, de imperdibles y miles de horquillas que pedía y perdía tu pelo. De esas que deambulan, aún, por esta habitación raída por el tiempo y por la tristeza que le arrebata mi cuerpo. Los mismos días de golpes, tiros y humo. De manos vendadas, esparadrapo, tiritas y guantes negros, que la palma de tu mano manchaban. Aquellos días de bailes y copas. De cansancio y tener la percepción de no estar perdiéndote nada. Temprano a la cama, tan estrecha que había que medir nuestro aliento para que no se no escapara. Esa mezcla de recuerdo, de tormento y miedo es lo que hace maldecir al tiempo por lo que nos ha arrebatado. Esos momentos que no fueron vividos y que pesan en el alma. Las mismas tardes enteras de vida, tú grabando mi bautizo de fuego, esas aventuras de cada año, cuando de negro me lleno y huelo, los pies cansados, conmigo, la magia de una mujer sentada en nuestro pecho, bendiciendo nuestra unión y nuestro lecho. Yo solo quería todo esto compartir. Que estuvieras aquí.

Gregorio S. Díaz "Aquellos mismos días" 

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