La pelea del
día de antes. Por eso de que unas fiestas, aunque de todos, son exclusivamente
tuyas y de nadie más, incorporando la idea de que nada ni nadie te las tiene
que estropear, evitando así presencias no extrañas pero que impiden moverte a tus
anchas. Como si eso fuera lo más importante. Eran excusas, realmente, para hacernos
de rogar. Para encima estar y demostrar cuánto queríamos esa compañía, para
convencernos a nosotros mismos que dos más dos en tres días, es mucho más que
cuatro noches batallando en guerras de las que, de casualidad, sobrevivimos. El
mismo momento en que los nervios no te dejan ni respirar. Por eso de que viene
ella y todo en su orden se debe colocar. La ropa, el viento, la lluvia, cuando
hace eco de presencia, los besos que no se dan, algo más, lo que siempre se
escapó y siempre se escapará. Las tardes de soles nublados y madera con olor a
hierro quemado, de fuegos artificiales, castillos y bandas, de pólvora mojada y
chispas enloquecidas. De velas encendidas y llamas. De ron compartido y
maquillaje en el espejo que guarda el recuerdo, de tu silueta, etéreo. O quizá
son mis ojos que a veces, y no solo en sueños, te cree allí dentro. Noches de
chalecos rojos y amarillos, de pañuelos y gorros llenos de flores, de imperdibles
y miles de horquillas que pedía y perdía tu pelo. De esas que deambulan, aún,
por esta habitación raída por el tiempo y por la tristeza que le arrebata mi
cuerpo. Los mismos días de golpes, tiros y humo. De manos vendadas,
esparadrapo, tiritas y guantes negros, que la palma de tu mano manchaban.
Aquellos días de bailes y copas. De cansancio y tener la percepción de no estar
perdiéndote nada. Temprano a la cama, tan estrecha que había que medir nuestro
aliento para que no se no escapara. Esa mezcla de recuerdo, de tormento y miedo
es lo que hace maldecir al tiempo por lo que nos ha arrebatado. Esos momentos
que no fueron vividos y que pesan en el alma. Las mismas tardes enteras de
vida, tú grabando mi bautizo de fuego, esas aventuras de cada año, cuando de
negro me lleno y huelo, los pies cansados, conmigo, la magia de una mujer
sentada en nuestro pecho, bendiciendo nuestra unión y nuestro lecho. Yo solo
quería todo esto compartir. Que estuvieras aquí.
Gregorio S. Díaz "Aquellos mismos días"