La verdad, no
sé, y no entiendo por qué, lo nuestro es como un giratiempos. Como un dado que
no cae de ninguno de sus lados y se queda por el vértice rodando, infinitamente.
Como el Día de la Marmota, como si el tiempo no pasase, pero nos pasa y nos
deshace, como si no nos hubiéramos despedido nunca, pero lo hicimos y nos
deshizo. Cada cierto tiempo nos aparecemos. Te me apareces. Rompes mi dinámica
positiva, esa de los ciento veinte y tantos días haciéndome el tonto, creyendo
no conocerte. No saber ni quién eres. Y, aunque no lo parezca y aparente, soy
yo quien, como nadie, te conoce. Quizá el tiempo haya transformado, extirpado,
potenciado y acabado con algunas de las cosas a las que estaba acostumbrado. Sé
que no ha sido tanto ni demasiado. Si a los ojos llego a mirarte, vuelves a ser
aquella niña, al fin y al cabo. Puede que, en realidad, sea yo el que sí que
haya cambiado. Rompes mi rutina, mi día a día. Haces que mis dedos tiriten al
escribirte. Que como un loco divague, obviando que ya no existen ningunas
oportunidades. Tú reconstruida, yo maldito y en ruinas, como ya dije. Logras
que piense y que recuerde, que lo bueno y lo malo se intercalen. Que no vea
claras todas esas imágenes. Que no vea que eso es pasado muerto de lo que hay
que olvidarse. Que no veo nada, porque no me quito esta venda con tu olor que
me tapa los ojos. Puede que no vuelvas. Que lejos me vaya. Mientras quede un
soplo de vida, malditos de nosotros, nos quedará una esperanza viva. A los dos.
Por eso te odio y me odias. Porque no te vas a librar de mí. Joder, porque no
me voy a librar de ti.
Gregorio S. Díaz "Puede que no vuelvas".