He pagado todos mis errores. Una
fortuna por cada uno de ellos, por pequeño, mezquino y bizarro que fuera. He
dado todo lo que tenía para salvar mis deudas: sangre, sudor, lágrimas y, sobre
todo, tiempo. Demasiado tiempo. Sabes de sobra, que lo he hecho. Así que no me
vengas ahora con que tengo que derramar más sangre. No le auguro un futuro a
este inerte y torpe sacrificio. La suerte no va a venir por más que me
martirice, por más que desgarre los ropajes de mi espalda y me castigue. Ya
pedí perdón, después de no pedir permiso. Ya pedí perdón y me rebajé ante
corazones que robé y que, un día, mostraba orgulloso en mi vitrina de cristal y
miel. Desarmé aquellos estantes. Les devolví a sus dueñas lo que les
pertenecía. Quise hacer el bien, después de haberme quemado con un fuego
traicionero. Pensando, entonces, que los cambios eran buenos. Que traerían
mejores momentos y, sobre todo, sosiego. Pero sigo sin ver a ninguno de ellos.
Cuando la luz parecía alcanzar, me devuelves miedos. Dolores de barriga que
traen viejos y malos recuerdos. Hundiéndome de nuevo. No por perder, si mil
veces he perdido, sino por creer. Porque sigo creyendo en amores malditos. Supongo
que eso va conmigo, como siempre he dicho. Como si la mala suerte a cada paso
me acompañase, fruto de viejos hechizos, de los que no me sé desenvolver.
Supongo que es eso, que hay que aprender a perder y desaprender a creer. Así
que no me digas lo que tengo que hacer o decir. El bien no trae bien. Solo
tiempo perdido y corazones dolidos. Ya va siendo hora de que se muera este tipo
que soy, que nada ha aprendido y todo, siempre, se ha creído.
Gregorio S. Díaz "Desaprender a creer"