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8 de agosto de 2017

Tutankamón

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Asfixia. El calor, la falta de aire. El sudor. Ninguna caricia. Varias de ellas yacen muertas alrededor. Bien escondidas, porque pensabas que nunca ibas a necesitarlas. Que más vendrían atraídas por el misterio de tu suerte y el anillo de cuentacuentos y bohemio, con tus canciones dedicadas al Sol y a la Muerte. Pedazo de cabrón. Otras tantas se escaparon por algún corredor. Por cientos de ellos, de los que está formado este laberinto. No les pediste ni perdón. Solo se lo gritaste cuando lograron salir de tu trampa mortal. Cuando respiraron otro cuello y te dejaron a ti por la mitad, a pesar de destrozarlas antes. Ellas se recomponen. A ti te han ido desarmando. Por eso estas solo. Lleno de oros sí, que son todos tus logros. Pero sin tiempo ni compañía para compartirlos. Solo de lejos, sin besos, te congratulan por el trabajo bien hecho. Nadie se olvida que tienes las manos llenas de sangre de romper tantos corazones. De esos que recuerdas y que marcan el latido del tuyo. Y cada vez más lento. Y cada vez menos capullo. Que hasta la juventud se te ha ido, y eso que es etérea. Que no puede escapar porque no tiene piernas. Pero que se evapora entre las paredes triangulares de una pirámide que se ha convertido en tu refugio de mierda. En el que ya nadie entra. La maldición que lleva tu nombre es más poderosa. Así que pinta pájaros en ese cielo azul y naranja que cuelga de tu infierno, escribe y aprovecha el tiempo, deja de lamentos. Lo que tienes te lo has ganado, y sabes que es cierto. Que has errado tanto que sueñas con retorcer el reloj y cambiar acontecimientos. Que ahora lloras, cuando riendo mil veces la has hecho. Has jugado. Muerde el labio y vive de ilusiones y recuerdos. Nada va a volver ni venir, como antaño. Nada nuevo ni nada viejo. Tuntakamón, que eres una momia en vida, y no te enteras. Que ya has muerto, aunque sigas viviendo. Que ya tienes el lecho, la fama y la leyenda formada. Vagabundo de Egipto. Ni Faraón ni putos títulos. Uno más que quiso conquistar el mundo de forma efímera, pero que solo consiguió poner en cada mano que tocaba una marca negra de la que todas se zafan. Porque destintas mal y muerte. Porque todo tú, Tuntakamón, es inmundicia y mala suerte.

Gregorio S. Díaz "Tuntakamón" 

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