Asfixia. El calor, la falta de
aire. El sudor. Ninguna caricia. Varias de ellas yacen muertas alrededor. Bien
escondidas, porque pensabas que nunca ibas a necesitarlas. Que más vendrían
atraídas por el misterio de tu suerte y el anillo de cuentacuentos y bohemio,
con tus canciones dedicadas al Sol y a la Muerte. Pedazo de cabrón. Otras
tantas se escaparon por algún corredor. Por cientos de ellos, de los que está
formado este laberinto. No les pediste ni perdón. Solo se lo gritaste cuando
lograron salir de tu trampa mortal. Cuando respiraron otro cuello y te dejaron
a ti por la mitad, a pesar de destrozarlas antes. Ellas se recomponen. A ti te
han ido desarmando. Por eso estas solo. Lleno de oros sí, que son todos tus
logros. Pero sin tiempo ni compañía para compartirlos. Solo de lejos, sin
besos, te congratulan por el trabajo bien hecho. Nadie se olvida que tienes las
manos llenas de sangre de romper tantos corazones. De esos que recuerdas y que
marcan el latido del tuyo. Y cada vez más lento. Y cada vez menos capullo. Que
hasta la juventud se te ha ido, y eso que es etérea. Que no puede escapar
porque no tiene piernas. Pero que se evapora entre las paredes triangulares de
una pirámide que se ha convertido en tu refugio de mierda. En el que ya nadie
entra. La maldición que lleva tu nombre es más poderosa. Así que pinta pájaros
en ese cielo azul y naranja que cuelga de tu infierno, escribe y aprovecha el
tiempo, deja de lamentos. Lo que tienes te lo has ganado, y sabes que es
cierto. Que has errado tanto que sueñas con retorcer el reloj y cambiar
acontecimientos. Que ahora lloras, cuando riendo mil veces la has hecho. Has
jugado. Muerde el labio y vive de ilusiones y recuerdos. Nada va a volver ni
venir, como antaño. Nada nuevo ni nada viejo. Tuntakamón, que eres una momia en
vida, y no te enteras. Que ya has muerto, aunque sigas viviendo. Que ya tienes
el lecho, la fama y la leyenda formada. Vagabundo de Egipto. Ni Faraón ni putos
títulos. Uno más que quiso conquistar el mundo de forma efímera, pero que solo consiguió
poner en cada mano que tocaba una marca negra de la que todas se zafan. Porque
destintas mal y muerte. Porque todo tú, Tuntakamón, es inmundicia y mala
suerte.
Gregorio S. Díaz "Tuntakamón"