Lo que pesa esta losa sobre mis
hombros. Tanto, que cada domingo me va a hundir un poquito más. Consumiéndome.
Haciéndome más pequeño. Invisible. Lo que duele estar, pero no estar. Querer y
no querer, poder y no poder. Lo que duele no sentir dolor. No tener que abrirte
heridas en los costados. No tener que sudar y llorar por cuatro disparos muy
bien colocados. Lo que cuesta deshacerse de una piel rosa que, tatuada en el
pecho, no se me borra ni queriendo. Tarde o temprano tenía que asumir que el
puesto no era para mí. Que siempre he andado en la cuerda floja, entre seguir y
no seguir. Que el tiempo, las ganas y las circunstancias, me dieron, estas
temporadas, el sí. Y ahora me dan el no. El ya se acabó. Tratar de enseñar lo
poco que sé a los que en un balón ven la salvación será mi única opción. Porque
a mí me salvó cuando quien encendía mi llama se apagó. Desde el septiembre en
que se marchó.
Gregorio S. Díaz "Salvación"