De ninguna manera posible. Es un
hecho, que ya no encuentro ninguna. Así que supongo que te quedarás ahí.
Paralizada en mi mente. Muerta en el recuerdo. Eterna en el tiempo. Al igual
que los otros ángeles con los que, tras un pupitre, soñé y nunca tuve. Que se
esfumaron con el humo de la vida, que poco a poco se desliza hacia arriba, y
con el cigarro de mi perezoso cuerpo. Se quedarán tus ojos verdes tan dentro de
mí, que su brillo me valdrá para durante mil días escribir, cuando la
nostalgia, la soledad y la maldición de la rueda que nunca se para y siempre
gira, avanza, me llene el alma de lágrimas y el corazón de fúnebres tinieblas.
Cuando tenga esa sensación de haberte perdido, como siempre lo he hecho:
huyendo. Sacando la toalla blanca antes de intentarlo. Siendo el cobarde
delincuente que, entre calles sucias y raído por el frío, entre cartones yace
inerte. Por haberme quedado, como de costumbre, de pie, quieto, agachando la
cabeza durante los pasos de mi camino. Tienes que tener por seguro que no olvidaré
fácilmente tu pálida cara, ni tus orejas, que sobresalen por el pelo,
sonrosadas. No será difícil evocarte cuando la barba y la ropa hecha jirones me
moleste y el paladar a vómito me amargue. Cuando escuche el grito y la agonía,
cada tarde y cada noche, de quien quise por miedo a no querer, y de quien tuve
por miedo a no tener más. A no volver a agarrar. Con quien, por pérdida del
sentido y la noción de la realidad, me sostendré para no tener que sentir cómo
las horas se van y no hago nada. Será, simplemente así, ángel. Tus alas no
batirán cerca, trayéndome vientos nuevos. De cambio. Te quedarás ahí y no
forjaremos nada. Enseñarás, serás lo que yo. Pero no seremos dos.
Gregorio S. Díaz "Te quedarás ahí"