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26 de diciembre de 2017

Nuestra calle.

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En esa calle donde esperan los desheredados. Los que no tienen nada material, tampoco espiritual. Los que esperan y esperan, solos, tras tanto poder y espectáculo del que han disfrutado. Los que ya están agotados. Por esa calle, llevo casi tres años, andando. Siempre que he llegado a la esquina que había que torcer para seguir, me daba la vuelta, por si en el camino me había dejado algo, por si oía un grito de ‘vuelve’ de los coches procedente, que me llevara a otro lado. Ahí, entre el tráfico, las tiendas, el humo y los pisos desconchados he estado esperando. Soportando la nieve, el viento y el frío, desarropado. A veces me he resguardado en los portales de luces verdes de las chicas con las que me he topado. Otras tantas, he tenido que dormir en los ascensores de los pisos de barro, mirándome fijamente al espejo, preguntándome qué coño había hecho para estar tan borracho, si apenas había bebido tres o cuatro tanganazos. Porqué era tan desheredado y por qué esperaba, yo que tanto, juego, luces, labios, música y argumentos para el futuro he dado. La verdad es que no he sabido apretar ninguno de ellos. Mil días no han bastado, porque sigo al igual que en el inicio. No sé en cuántas ocasiones he tratado de cruzar esa esquina y el corazón me ha dolido. La mente me lo ha impedido. “Tienes cosas por esperar, confía en nosotros que somos los que te hacemos”, siempre me dijeron. Pero solo era yo y lo que quería creer. Era yo que me decía a mí mismo que ya sabía cómo funcionaba aquella calle: el mendigo de las siete, que te pide vino, la chica de las nueve, que te pide que subas y tú no subes, por si te echa el lazo y te ata, la tienda de por la mañana llena de fruta y telarañas. Cómo cambiar de lugar, de sueños, de tiempo. Cómo hacerlo si ya tenía eso. Por más que se llamara calle del Lagrimal, cualquiera de sus números eran todo un hogar. Esa calle, es cierto, también fue nuestra, un día. En ese portal crecimos y en aquel fui completamente tuyo. Cada tarde vuelvo allí, a sentir lo que dejaste prendido en el aire. Cada noche en el que el termómetro baja de cero, nos he visto, como cristalizados en el tiempo, dándonos un cálido beso. Tampoco es que esté muy seguro de eso: no sé si es la hipotermia o el alcohol, que esa imagen formaron.  Desde que te fuiste, desde que me fui. Desde que nos alejamos y desde que nos perdimos, sigo en este laberinto, del que no quiero salir. Como si solo por el hecho de permanecer aquí, la esperanza en ti siga vigente. Pero ya no. Ya sé que esta jamás volverá a ser tu calle, que caminas por otras aceras, que no nos volveremos a perder en la ciudad entre el frío de enero, ni serás la Reina de los Tacones de Invierno ni seré el Chico que te escribe Relatos. No dibujaré sonrisas como cuando el agua abría ojos, ni tendré la satisfacción de llorar desconsolado sobre otro hombro. Quizá algún día, cuando la barba encane y la cabeza aclare, cuando te salgan arrugas y la memoria te condene, vuelvas a nuestra calle. Espero que te sigas acordando de las facciones de mi cara, cómo era mi voz al hablar y que te sigan gustando mis pantalones. Puede que, al compartir una copa, repasemos cada momento en los que, de verdad, nos creímos para siempre inmortales. No nos arruinará nostalgia la velada. Así tenía que ser, y así habremos envejecido. Así, simplemente, elegimos. Pero hasta que eso pase, hasta entonces, que el tiempo actúe. Ahora tengo que cruzar como sea esta calle. Llegar a un nuevo mundo. Tratar de forjar un nuevo tiempo, lejos de los juegos y los espectáculos, comenzando por el bolígrafo, como estos años he hecho. Comenzando por agarrar otra mano cuando llegue el momento justo, que, aunque no me colme, me llene. Que firme el pacto que todos vamos a firmar, más pronto que tarde. Para las noches ciegas, de frío y mucha compañía dejo que venga el olvido a recordarme cuatro cosas de ti y cinco que hice contigo. Hasta entonces, avanzar, no estancarse. Seguir adelante. Cruzar y decir adiós a nuestra calle…

Gregorio S. Díaz "Nuestra calle"

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