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28 de marzo de 2018

Bailes de verano.

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Ya solo queda echar la vista atrás de vez en cuando, en esos momentos en los que las letras de un libro te transportan a mundos lejanos, o cuando bebes un trago de ron y sigues trabajando. Tal vez mientras suenen las canciones que tienen instantes grabados. Como si fueran vidas de otros y no la tuya ni la mía, como si de una película se tratara o historias muertas que reviven por la Historia. Y cada vez que ocurra, mirar hacia arriba, perder el norte y el sentido, concluir con una tierna sonrisa: “bendito desastre, profundo caos, maldito el paso del tiempo inexorable”. Solo queda mitificar bailes de verano, improvisados. Descubrir en esas manos en la cintura, cómo las promesas en una parte se cumplieron y, en la que está más al fondo, se esfumaron. Hay que parar ahí, no avanzar mucho más. Al primer beso quizá, o a las noches de paz. Pero no más. Que todo se atasca, se complica, se disuelve. Se acaba. Se cierran las puertas con llave y hasta se tapian ventanas, para que ni la luz entre ni el aire frío y oscuro salga. Ahora es una casa solitaria y abandonada. Transitada, eso sí, por multitud de fantasmas. Ya solo queda no pensar en que el cielo no volverá a ser de ese azul celeste inaudito, será de otros colores. No pensar en el allí y dejar la cabeza centrada en el aquí. He de decir que no, cuando pueda y se rompan, de viejas, las astillas y las puntillas que protegen mi puerta. No dejar entrar ni el olor a rebeldía de su colonia. Que ya habré derribado otros muros, que ya me habré reconstruido. 

Gregorio S. Díaz "Bailes de verano"

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