No te llegué a incinerar. El
fuego te habría repelido, por lo que quemabas y has dolido. No quise enterrarte
tal y como te tenía grabada en mi recuerdo y tuve que borrar cada uno de los
cuadros que pintamos: ese de la camiseta que se mancha de vino, al hablar de
limones, por la rabia. Aquel grito “la última y te vas” a la vez que un susurro
al oído “quédate esta noche”. Ese de las bragas de estrellas y un colchón que
se movía a nuestro antojo, para que vieras bien, cada vez que me tenías, el
cielo de tu cuarto, estrellado. Todo eso recorté y corté. Te hice pedazos y te
enterré durante años en cuatro sitios, mal cuidados y bien escondidos, como si
esperara que, en el fondo, cambiara algo. No lo hizo. Cada jueves brindaba con
mi amigo y la ginebra por tu olvido. Por no más juegos con diablas de paso, con
mujeres de careta grande, tetas descolgadas y pintas de falsa reina. No tengo
donde llevarte flores, soplé el polvo del que me dejaste hecho cuando hiciste ‘chas’
y desapareciste de mi lado. No me vestí de luto, aunque el corazón y el alma se
tiñera negra, todo el catorce y puede que también todo el quince. Solo regalé
mi ejército blanco, que no sus instituciones, a quien me suplicaba que quería
verlo, aunque ya no fuera lo mismo a pesar de no imponerme condiciones. Cada
jueves, como te digo, preferí copa y casa que deambular de taberna en taberna.
Bares por los que se podía atisbar tu silueta, tu sombra. Ya tenía bastante
viendo cada mañana tu réplica. Tampoco te hice una tumba, no te dibujé una cruz
ni te esculpí una extensa esquela. Todo lo que quise decirte está ahí, cruzando
la línea. Te vestí de Jeannette, porque me llevaste a otro sitio y me dejaste
sin parte importante, porque desde entonces no soy. No te quemé ni te dejé en
un cementerio al que volver. No te puse una corona, nunca la mereciste. Dieciséis
y diecisiete, polvo pasado a la Historia. Estabas realmente muerta y yo
descansando en paz, aunque no sosegado del todo. No por ti, por las
oportunidades pérdidas, por no ver lo que no veía, por no tener lo que siempre
quería. Dieciocho. Por última vez, te pido, que todo lo que tienes de mí, me devuelvas.
Todo eso que me hizo menos yo y a ti más completa. A ver si es que voy a tener
que ir a buscarlo yo, cavando, estés a tres o a siete metros bajo tierra.
Gregorio S. Díaz "Entierro"