Para. Para. No los podrás, matar.
No mueren. Para. No luches contra gigantes que te van a despedazar y hacer
desaparecer. Es imposible. Como si intentas acabar con el curso natural del río
hacia el mar. Como evitar, con los pies en la tierra, la gravedad. Para, o
perderás y te perderás. De nuevo, como siempre. Otra vez. No te obceques. Nada
va a cambiar. Los fantasmas no van a volver a la vida. Tampoco se van a espantar,
por más cacerolas que te pongas en la cabeza o por más conjuros medievales que
leas. De nada sirven esas velas encendidas de madrugada, ni el candado cerrado
en esa caja. No busques el principio de algo que no lo tiene. No intentes culminar el círculo, si no sabes
ni en qué parte de él te encuentras. No mires atrás y pienses en qué carta
estará. Nada del mundo te va a devolver el tiempo y, sobre todo, la paz de
aquellos años en los que la inocencia te impedía ver dónde estabas. Para,
porque ellos se alimentan de ti, de todos tus intentos. De tu miedo, ira y
rabia. Aparecen y desparecen para joderte, solo porque tú quieres. Solo porque
te queman y te hieren. No te tapes los oídos en las noches en que vienen a asustarte,
cantando nanas de antes. No les muestras ni una sola lágrima en los atardeceres
en los que vuelves a casa tras los desastres. Ríndete ante tus fantasmas.
Déjalos que existan. Que recorran tus pasillos. Que te de vuelven lo que la mente
ya no puede. Ponles nombres y atrévete a pronunciarlos. No quieras atravesar
sus sombras etéreas, ni atraparlos. Están ahí, y son tú, también. Y vendrán
más. Tienen que hacerlo. Convive con ellos. Los más antiguos, poco a poco, se
irán yendo. Deja de pelear contra algo que no controlas. Que se vayan volviendo
invisibles ante tus nuevas verdades…
Gregorio S. Díaz "Ríndete ante tus fantasmas"