Siempre supe que algún día
llegaría este día. Aún sabiendo que tenía que pasar, había momentos en los que
daba auténtico pánico pararte a pensar, bajarte de este loco mundo que gira y
gira, rápido y sin parar, y ver qué has hecho bien y qué mal. Siempre supe que
llegaría la hora en la que ni el recuerdo nos pudiera salvar. Que, por más que se
retrasara en la relatividad del tiempo, era inevitable. Lógico. Iba tener lugar
de cualquier forma y de todos modos. Siempre lo supe y casi nunca le temí.
Puede que al principio un poco, pero incontables veces lo he querido y deseado.
Lo he buscado. Como si eso significara pasar a la siguiente página en blanco.
Como si eso significara que no iba a escribir lo mismo. Y ahora que no estás, qué
miedo da. Ni en el hueco del pensamiento, ni en las novelas que no leo por
falta de tiempo. En ningún sitio. Quizá ya solo te quedes en las canciones. Así,
al menos, te tengo en la música. Siempre
supe que llegaría la mancha negra del olvido, que la damnatio memoriae romana aplicarías a mis fotografías de cara y la
ignorancia a todos mis escritos. Siempre quise pensar que encontraríamos la manera.
El momento. Que el lazo atraería por sí solo al enorme jodido universo. Que la conexión
terminaría por invertir los polos magnéticos. Que nuestra fuerza era eterna, y
no etérea. Pero nunca imaginé tal destrozo. Este huracán que se lo ha llevado
todo. Mi voz y mis ojos. Mis mierdas y mis logros. Lo que conseguimos nosotros.
Tal vez no fuera tanto ni tan loco. Ni tan grande ni tan único. Al fin y al
cabo, la huella se desdibuja con el tiempo. Nos tatuamos unas nuevas. Habrá que
esperar a que se caiga la piel y sus besos. Habrá que esperar a ver qué pone en
tus huesos.
Gregorio S. Díaz "Huesos"