Te he querido después, mucho más
que antes. No en el momento, no cuando eras mía y yo creía no ser de nadie.
Justo en ese momento, no. Un poco. Algo. ¿Nada? Pero ¡ay! cuando volví por
primera vez la cabeza hacia atrás, cuando me fui. ¡Ay!, cuando me dieron la
receta que en tantas estaciones repartí. Cuando hice inventario de mis
sentimientos y ordené cronológicamente cada beso. En ese preciso instante,
cuando me paré a pensarlo, empecé a quererte. A maldecirme y a arrepentirme de
mis actos, como sabes, como ya he dicho, no bondadosos. Te quise en el
recuerdo, en el perdón y en el intento. No como si se pudiera volver atrás en
el tiempo, sino como si se pudiera escribir en él a partir de aquel mismo
momento. Te he querido después, porque durante no vi con la perspectiva del
proceso de toda una vida. Tenía, en el oscuro pasado, puestas mis miras. Te he
querido después, porque tú no lo has hecho. Por eso me querías cuando me
tenías: porque yo no lo hacía. Te he querido tanto después, en silencio, que
quizá tú ni te lo imaginas. Tampoco mucho te lo creas. Yo he querido todas las
oportunidades que he perdido. Con ellas, infinitamente, me lastimo. Y así no
veo lo que tengo justo delante, en el camino. Y tropiezo, me rasguño y me quedo
en el valle de los vencidos. Y me levanto y repito. Y así hasta que deje de
tener frío.