Quisimos hacerlo todo. Cualquier
loca aventura prometimos algún día hacerla realidad. Qué locura. Queríamos
hacer de todo. No había barreras, no hacía falta dinero ni tiempo. Solo las
ganas. Tú y yo, por un lado, el resto del mundo por otro. Quisimos hacerlo todo
y no pudimos. No nos dejamos. Aquellos planes no eran tan reales: no íbamos a
tumbar la torre Eiffel, ni la Muralla China. No íbamos a bordar en oro y grana
nuestros nombres entre los pasadizos de la Alhambra. No íbamos a romper el
sistema. Pero al fin y al cabo eran nuestros. Nosotros mismos los dibujamos, en
un papel en blanco. No hubiera hecho falta cumplirlos. No sé, solo tenernos. Querer
compartirlos. Ya solo sería suficiente uno. Quizá el último. No para cumplirlo,
solo para tenerlo. Olvidar lo que hemos jurado, lo que hemos dicho. Dejar de
esperar a que el tiempo consuma dos vidas que se van al infinito cada minuto.
Que se esfuman. Antes de que seamos demasiado viejos para todo eso que quisimos
hacer. Es solo que ganemos vida y perdamos el tiempo. Que te tiñas de rubio y
te cortes el pelo. Que te coloques un lazo y te ates un pañuelo al cuello. Que
robemos un descapotable rojo, a juego con tus labios, y me quites de un beso y
un susurro la chaqueta de cuero. Que te mires en el espejo, mientras me agarras
la mano del cambio y yo acelero. Gastando rueda. Que compartamos helados,
hamburguesas e idiomas. Que recorramos California, Texas y Nuevo México. Que
pasen las líneas amarillas de la carretera recta que no termina. Que me hagas
cumplir dos sueños: tener a América bajo mis pies y tenerte cogida de la mano.