Qué pena. Vivir solo del
recuerdo. De la ilusión. En el pasado. Qué pena que el tiempo vaya dejando
atrás los mejores años, que evapore los momentos y nos acribillen, luego, los
malditos remordimientos. Qué pena no saber valorar la felicidad. Lo que tienes,
mientras ganas. Mientras besas. Me dejaste un beso en la frente y en la mente
dos cosas: una, eres diferente, dos, todo es posible. Puede que eso me hiciera
volar, lejos, libre, más de la cuenta, pero siempre encontraba al camino a tu
nido, como pájaro herido. Buscando amor del bueno. Del verdadero. Del único. Qué
pena que ya solo queden imágenes borrosas de una bella época. Cuando fuimos los
mejores. Cuando levantamos la Copa de Oro y tenía tu mano, en la mía, copando
todo el mundo. Cuando éramos la envidia del planeta entero y tu piel blanca
Luna se resbalaba por las noches entre mis dedos. Qué pena que los minutos que
corren con todo arrasen. Que no queden ni el ciento dieciséis ni el veinticinco.
Que la cuarta dimensión se ha comido todos esos recuerdos y el agua de la lluvia
los ha diluido, sembrando en otros tiestos la semilla de nuestro futuro
perfecto. Otros lo verán germinar, recogerán sus frutos. Qué pena que ya no ganemos
como antes. Que no entren los goles y no lleguen los ‘te quiero ver’. Qué pena
que haya que esperar años y años para un triste mensaje, para otra oportunidad.
Un partido a todo a nada. A vida o muerte. Los penaltis. No sé si volveremos a
levantar todos esos trofeos. Si, de nuevo, algún día, podré acercar mis labios
a tu labios. No sé si el balón cruzará la línea, o si ya todo es olvido y alejamiento,
no como la distancia que hay entre Alemania y Sudáfrica, sino como la que hay
hoy entre tu casa y mi casa. No sé si ganaremos otra vez. Lo que sí sé es que,
aun perdiendo, ya ganamos. Porque tengo en la recámara todo lo vivido. En la
vitrina, todo lo conseguido. A la espalda, experiencia, altura de miras y estar
en mi sitio. Que, si no ganamos, al menos en la memoria, nunca, jamás, nos
perdamos. Eso es solo lo que le pido a la portería que tantas veces he
defendido. Al mundo, del que de ti y de mí, fue testigo.