Tranquilidad. Algo de paz. Otro
tiempo y otro lugar. Lejos del ruido, de la ciudad. Lejos de las voces, los
problemas y esta húmeda suciedad. Fuera de toda lógica real. Fuera de esta
morada blanca. Del calor y su asfixia. Cerca del naranja, al atardecer. Con la
sensación de la piedra al crujir bajo unas botas, que siguen el caminito que va
desde la verja a la puerta de madera. Quizá en algún lugar al este de Europa.
Allí donde el verde bosque y el agua planean por toda la superficie. Entre agosto
y septiembre. Para que así pueda vestir camisa de manga corta las mañanas y arroparme
con la manta por las noches, resguardándome del recio aire. Que sean posibles cortos
paseos en bicicleta, cada tarde, antes de que el frío del otoño llegue y se
adueñe de todo. Un libro que leer en la silla que se mueve del porche. Una copa
poco cargada que sabor a hielo deje. Escuchando el silencio del bosque y los
cantares de pájaros, exclusivamente. Como si no tuvieran que migrar a otros lugares.
Que se puedan entender las letras, hilarlas también. Unir conceptos. Subir las
escaleras y que chirríen. Ver completas las estanterías. Tener un gran espacio que
me pertenezca. Que permita renovar el oxígeno. Compartirlo con quien a mí me
parezca. Solo paz. No más gritos, más sobresaltos, más sorpresa. Ni más
lágrimas ni más rutina. Más mierda. Tranquilidad. No evadir lo que mata poco a
poco, solo tiempo para asimilar y arreglar lo que puede que no tenga remedio.
Soledad. Quizá solo contigo. En ese otro tiempo. En ese otro lugar.
Gregorio S. Díaz "Paz"