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15 de agosto de 2018

Paz

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Tranquilidad. Algo de paz. Otro tiempo y otro lugar. Lejos del ruido, de la ciudad. Lejos de las voces, los problemas y esta húmeda suciedad. Fuera de toda lógica real. Fuera de esta morada blanca. Del calor y su asfixia. Cerca del naranja, al atardecer. Con la sensación de la piedra al crujir bajo unas botas, que siguen el caminito que va desde la verja a la puerta de madera. Quizá en algún lugar al este de Europa. Allí donde el verde bosque y el agua planean por toda la superficie. Entre agosto y septiembre. Para que así pueda vestir camisa de manga corta las mañanas y arroparme con la manta por las noches, resguardándome del recio aire. Que sean posibles cortos paseos en bicicleta, cada tarde, antes de que el frío del otoño llegue y se adueñe de todo. Un libro que leer en la silla que se mueve del porche. Una copa poco cargada que sabor a hielo deje. Escuchando el silencio del bosque y los cantares de pájaros, exclusivamente. Como si no tuvieran que migrar a otros lugares. Que se puedan entender las letras, hilarlas también. Unir conceptos. Subir las escaleras y que chirríen. Ver completas las estanterías. Tener un gran espacio que me pertenezca. Que permita renovar el oxígeno. Compartirlo con quien a mí me parezca. Solo paz. No más gritos, más sobresaltos, más sorpresa. Ni más lágrimas ni más rutina. Más mierda. Tranquilidad. No evadir lo que mata poco a poco, solo tiempo para asimilar y arreglar lo que puede que no tenga remedio. Soledad. Quizá solo contigo. En ese otro tiempo. En ese otro lugar. 

Gregorio S. Díaz "Paz"

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