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27 de agosto de 2018

Tres formas de decir vuelve.

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Una vida por delante.
Dime lo de siempre.
Hagamos Navidad.
Son tres formas de decir: vuelve.

Distintas y diferentes, pero al fin y al cabo iguales. Y es que cuando la fría brisa de las noches entre agosto y septiembre llega, lo hacen también todos los cuadernos y notas en los que plasmamos nuestras memorias. Cuando las calles se engalanan de luces y se llenan de borrachos con bolsas en las manos. Cuando hay que subir, solitario, una cuesta andando, a las seis de la madrugada. En esos momentos se echa en falta el olor a orquídea y mi sonrisa pícara. Cosas que han venido a menos por el paso de los años. Por eso siempre he esperado un ‘vuelve’ y tú que yo siempre volviera. O quizá solo es la vida, que sigue poniendo trampas en formas de canciones.

Una vida por delante.

Fue el primer ‘vuelve’ en forma de melodía. Aún no queriendo que, de verdad, lo hicieras. Tenía una mezcla de rencor, rabia y miedo. De dolor y fuego. De no saber si perderte y olvido. Solo pretendía entender el por qué. Por qué el viento y el recuerdo fueron juntos llevándose todo aquello tan lejos…Fue cuando la bola en el pecho se hizo grande y no me dejaba respirar. Mientras, tú te perdías entre unas calles nocturnas y desconocidas en el lugar en el que siempre sucedieron las cosas. No lo pronuncié, pero no sabes cómo lo gritaba con los ojos. Tuve que disimular y agarrarme a una cabellera rubia para evitar el abismo al que me llevaba tu terremoto. Cómo dolía aquel vuelve. 

Dime lo de siempre.

Vino solo, cuando ya me acostumbré al tira y afloja. A nuestra maldita guerra. Al ‘esta es la última vez’ y siempre había una siguiente. Fue un vuelve que quería romper con eso de “que me quieres, pero no puedes tenerme”. Estaba a la espera de que, aunque nos separaba exactamente la misma distancia, tú la recorrieras. Necesitaba que, con tu palma en mi espalda, me recogieras. Como si necesitara un achuchón que me sacara fuera de la candela. No fui ni a por ti, ni a por todo. Puede que fuera el momento, porque ya tenia la vida casi hecha: cuatro ruedas, un diploma y unas ganas tremendas. Esa que se diluyeron en la abundante comida del chino y el extraño silencio del coche. Ahí entendí eso de que no se tira lo que se quiere.

Hagamos Navidad.

Ha sido el último ‘vuelve’ y el más difícil. Como si dijeras: quiero que lo hagas, pero será mejor que no. No creo que merezca la pena quebrar lo que ya se ha construido. Una estructura en la que no estoy yo. Es un vuelve resignado, puesto que sabe que no. Que se marchitó hasta la flor roja de plástico que prometió nunca hacerlo. Un vuelve que quiere dejar para siempre grabado en la retina un baile de rosa y mariposas. El ron bebido y todos los besos que nos dimos. Un vuelve que ya no duele tanto. Uno que se dice sin miedo, porque ya tengo destino. Otro camino. Pero al mismo tiempo temblando: no habrá otra vez. Y puede ser bien. Pero de qué sirve eso. El barco. La muerte. El mal. Eso también es bien. Es un vuelve que tiene más de cariño que de vuelve. Es un vuelve que no pretende lo que significa. Solo que no nos dejemos en el olvido. No dejarnos listos. 





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