Una vida por delante.
Dime lo de siempre.
Hagamos Navidad.
Son tres formas de decir: vuelve.
Distintas y diferentes, pero al
fin y al cabo iguales. Y es que cuando la fría brisa de las noches entre agosto
y septiembre llega, lo hacen también todos los cuadernos y notas en los que
plasmamos nuestras memorias. Cuando las calles se engalanan de luces y se
llenan de borrachos con bolsas en las manos. Cuando hay que subir, solitario,
una cuesta andando, a las seis de la madrugada. En esos momentos se echa en
falta el olor a orquídea y mi sonrisa pícara. Cosas que han venido a menos por
el paso de los años. Por eso siempre he esperado un ‘vuelve’ y tú que yo
siempre volviera. O quizá solo es la vida, que sigue poniendo trampas en formas
de canciones.
Una vida por delante.
Fue el primer ‘vuelve’ en forma
de melodía. Aún no queriendo que, de verdad, lo hicieras. Tenía una mezcla de
rencor, rabia y miedo. De dolor y fuego. De no saber si perderte y olvido. Solo
pretendía entender el por qué. Por qué el viento y el recuerdo fueron juntos llevándose
todo aquello tan lejos…Fue cuando la bola en el pecho se hizo grande y no me
dejaba respirar. Mientras, tú te perdías entre unas calles nocturnas y desconocidas
en el lugar en el que siempre sucedieron las cosas. No lo pronuncié, pero no
sabes cómo lo gritaba con los ojos. Tuve que disimular y agarrarme a una
cabellera rubia para evitar el abismo al que me llevaba tu terremoto. Cómo
dolía aquel vuelve.
Vino solo, cuando ya me acostumbré
al tira y afloja. A nuestra maldita guerra. Al ‘esta es la última vez’ y
siempre había una siguiente. Fue un vuelve que quería romper con eso de “que me
quieres, pero no puedes tenerme”. Estaba a la espera de que, aunque nos separaba
exactamente la misma distancia, tú la recorrieras. Necesitaba que, con tu palma
en mi espalda, me recogieras. Como si necesitara un achuchón que me sacara fuera
de la candela. No fui ni a por ti, ni a por todo. Puede que fuera el momento, porque
ya tenia la vida casi hecha: cuatro ruedas, un diploma y unas ganas tremendas. Esa
que se diluyeron en la abundante comida del chino y el extraño silencio del
coche. Ahí entendí eso de que no se tira lo que se quiere.
Hagamos Navidad.
Ha sido el último ‘vuelve’ y el más
difícil. Como si dijeras: quiero que lo hagas, pero será mejor que no. No creo
que merezca la pena quebrar lo que ya se ha construido. Una estructura en la que
no estoy yo. Es un vuelve resignado, puesto que sabe que no. Que se marchitó
hasta la flor roja de plástico que prometió nunca hacerlo. Un vuelve que quiere
dejar para siempre grabado en la retina un baile de rosa y mariposas. El ron
bebido y todos los besos que nos dimos. Un vuelve que ya no duele tanto. Uno que
se dice sin miedo, porque ya tengo destino. Otro camino. Pero al mismo tiempo
temblando: no habrá otra vez. Y puede ser bien. Pero de qué sirve eso. El barco.
La muerte. El mal. Eso también es bien. Es un vuelve que tiene más de cariño
que de vuelve. Es un vuelve que no pretende lo que significa. Solo que no nos
dejemos en el olvido. No dejarnos listos.