Te admiro y admiro la capacidad
que tienes para olvidar. Para dejar atrás. Para que ni una de mis palabras te inmute,
si con las tuyas yo me derretía. La capacidad que tienes para que nada de nada te
revuelva el estómago, la barriga, el pecho y la frente. Que ninguno de mis
escritos te haya llegado, de verdad, dentro. Tan profundo como el resquicio interior
de donde saco esas letras. Tan dentro como para que dijeras: joder, el puto tiempo, ¿qué nos ha hecho?
Admiro que no seas capaz de pensar más allá. En otro beso, en otra caricia. En otra
oportunidad de la vida. Ni siquiera se te pasa por la cabeza, aunque fuera
mentira. Admiro cómo has conseguido tener el cupo de noches ocupadas. Que no dirijas
un solo pensamiento a aquellas madrugadas que pasamos en mi cama. Que, para ti,
todo sea un borroso recuerdo del que solo extraer lecciones y sonrisas a
destiempo. De dejar a nostalgia que actúe para que, dos minutos después, pases
a tu trabajo. Y si te he visto, ni me acuerdo. Admiro que no se te salga el
corazón, ni se te dilaten las pupilas. Que tengas una mano que ha suplantado la
mía. Que no recuerdes esos pasillos como si fueran fantasías. Que hayas aprendido
a soltar lastre y vivir la vida como si fuera una, con simples postales de bienvenida
y despedida. Como si el sentimiento no hiriera, ni lentamente matara. Como si
se pudiera borrar todo, por arte de magia. Admiro en lo que te has convertido y
al mismo tiempo desprecio lo que ha hecho la vida contigo. Y conmigo. A mi no
me ha dado lecciones de olvido. Solo de egoísmo. De frío. De no ser el mismo.
De ser otro, totalmente distinto. No merezco tanta condena, ni tal castigo. No
saber querer, no tener destino.
Gregorio S. Díaz "Admiro"