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22 de octubre de 2018

Movimiento pendular.

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 ¿Qué querrá este tipo a estas horas? ¿Dinero, comida…? ¿Un techo sobre el que resguardarse? Bajo las escaleras de tres en tres y ahí está. Apoyado sobre un descapotable rosa, muy antiguo. Lo conduce otro amigo, tres chicas rubias atrás. Medio pecho al aire, manos en los bolsillos. Sonrisa falsa al verme.
¾¿Dónde está tu fiesta? ¾Dice.
No lo entiendo. No hay tiempo de entenderlo. Mi pijama se convierte en traje. La puerta de madera en una escalinata con vidrieras como entrada. El pequeño recibidor de casa en un tremendo hall de mármol blanco. Al Roll Royce rosa se unen cientos, miles de coches. Cientos, miles de caras que llenan las calles, directos hacia mí. Personas venidas desde toda la ciudad.
¾¡Vamos! ¡Déjame entrar!
Me interpongo ante él, parándole los pies. Me empuja y entra. Ya tiene abierta una botella y las chicas rajan el mármol con sus tacones de aguja. Toda esa gente que, como zombis, vienen, no pueden caber aquí. Miro a ambos lados y aparecen jefes de seguridad, con sus pinganillos en la oreja, ayudándome a echar a la decena de gente que ya está bailando dentro del palacio en el que se ha convertido mi casa. Es en vano. La marea de gente, azotada por la música, ya ha llegado. Ellas con tocados en la cabeza, ellos con camisas de colores y sombreros. Me paro a mirar el horizonte. El barco del tiempo, con su movimiento pendular, sigue moviéndose. De un lado hacia otro. De arriba abajo. En él, Ella, con su máscara y voz electrónica: “Al ritmo del tiempo, el trabajo. La libertad.” Y lo entiendo todo. Es el principio del fin. Mientras todos y todas entran, yo salgo. Meto la cuarta del Roll Royce. Salgo de la ciudad, escucho el primer rugido. El barco del tiempo, que llevaba una eternidad con su pendular movimiento, se resquebraja. La voz electrónica se estampa contra el suelo. El símbolo de una civilización, caído. Freno en la colina. Me bajo a admirar el paraíso. El Palacio Real explota por los aires. Toda la élite, corrompida de sexo, alcohol, prohibiciones y esclavitud, muere. Pasa uno de los trenes a escasos metros de donde me encuentro. Encima de él, una chica de tirantes negros. De trenzas y pícaros movimientos. Y entiendo. Lo hemos hecho los dos, al mismo y a la vez en distinto tiempo. 



Gregorio S. Díaz "Movimiento pendular"

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