Fueron las primeras imágenes que
no solo me hicieron llorar, sino volar. Soñar. Imaginar. Cuando tenía todo el
tiempo del mundo para gamberrear y universos primitivos crear. Sentía que, de
verdad, otra realidad podía tocar. Ese mundo digital me conformó. Me dio las
ganas de transformar el mundo real y alcanzar, así, un futuro más justo. Mejor.
La conciencia revolucionaria, de acabar con la oscuridad y las ruedas negras.
De luchar contra quienes se aprovechan del abuso. Tener el control y la fuerza.
La ayuda de amigos que prefieren perder que perderte. Morir a ver morir. El
deseo de mandar fuera toda esta maldita realidad, que no permite creer en
lugares que no existen en los mapas. Fue el mejor regalo. Tener un sitio al que
huir, escaparse. Al que viajar. El mundo digital. Sin fronteras posibles y
mucha vida que dar y derramar. La mano de alguien, que en el fondo eres tú, que
no se va a soltar. Un lazo mental contigo mismo, en versión animal. Fueron años
que no supe explotar, pero que hicieron a este loco creer en utopías, en canciones
y en revoluciones. En el amor y la amistad. En los ideales de un emplazamiento más
allá de la carretera y la ciudad. Más lejos de lo que podemos tocar. Cerca de
lo que solo se puede escribir.