Mis demonios están bien atados.
Cada vez que aprietan, de hecho, sus cadenas se ajustan más. Se tensan todas
las cuerdas. Mis demonios no van a escapar, ni llenar de nuevo este Paraíso de
fuego. No van a seducirme sus excéntricos juegos, ni voy a caer en la trampa de
miel en la que suelen doblar los insectos. Yo ya les vencí y tienen puesto un
sello irrompible, casi eterno. No son ellos los que han provocado todo ese caos
y desperfectos. Hemos sido nosotros queriendo ser un huracán un día y al otro
tormento. La incertidumbre de no saber si despertaré pudiendo coger tu mano o
desayunado tu desamparo. Analizando cada paso que he dado, como si estuviera siempre
pisando fango. Nada me guía ahora más que tu faro, y no sé por qué te empeñas
en cambiar de luces e incluso, a veces, apagarlo. No tengo, ni quiero, otro
lugar al que regresar. Toda isla ha quedado muy atrás. Lejos de la realidad. No
hay más orilla que la de tu piel, ni más castillos que los que quiero en tu
pecho erigir. No hay nada que necesite
del ayer, ni aunque algunos capítulos todavía tenga por escribir. No. No son
mis demonios. Quizá sean los tuyos los que no te dejan dormir y te susurra por
la noche cosas oscuras sobre mí. Que tienes un ojo abierto y otro cerrado, por
si me da por salir. Esperando cogerme por sorpresa para poder decir: yo sabía que sí. Que tienes miedo de que
te quieran y no quieres oír que yo te quiero a ti.
Gregorio S. Díaz "Demonios"