Cuando paras. Cuando todo, de forma
temporal, se acaba. Cuando dejas de estar para arriba y para abajo, de aquí
para allá, eternamente. Lejos de todo ese ruido. De empujones y chillidos, la
sirena, el boli y el cristal. Más allá de besos, copas y fines de semana que
fugaces pasan. A través de todos esos días en los que se pegan las legañas, despertando
de madrugada. Y, de repente, todo se vuelve silencio. Frío invernal fuera, envuelto
dentro de sábanas de piel. Caliente. Despertador sin sonar. Pospuesto hasta
enero. Paz, puedes llegar a pensar. Nada más lejos de la realidad. Fragor de la
batalla por la cordura. Por evitar la locura. Dónde estoy y que he hecho
conmigo mismo. Cómo he llegado hasta aquí y si ha valido la pena tanto
sacrificio. Este es mi sitio, o hay algún otro camino. De verdad te tengo o es
solo un espejismo. Estoy solo o es que me he rodeado solo de peligros. Quiero
comerme el mundo o ya estoy en su estómago, podrido. Tengo el tiempo en mis
manos o ya se ha consumido. Deseo la juventud de antaño o el 2008 yace muerto
entre los miles de recuerdos. Quiero ser el mismo o ya solo me arrepiento.
Quiero seguir solo o me agarro a tu cuerpo y al mío, ardiendo. Deseo mi destino
yermo, o lleno de obstáculos y premios: soledad, depresión, disgustos, compromiso.
Quiero esperarla o será tarde cuando se haya atrevido. Quiero tenerme a mi mismo
o ya me he vendido.