No solo es una mirada. Ni unos
ojos perdiéndose en otros durante apenas tres milésimas de segundo. Es un
reflejo de un cuarto de siglo de tu propia historia. Un vistazo sin el cual no
podrías entenderte. Ni a ti como eres, ni por qué lo eres. Es un crujido en el
pecho y la nostalgia, llamándote a besos. Ahora que la vida y el corazón son
rocas. Cuando el día a día ha hecho aminorar la bola que se me hacía en la barriga.
Cuando ya no pienso en el qué pasaría. Cuando el camino, definitivamente, se ha
bifurcado y el invierno separa en años luz todo el tiempo que pasamos. Ahora es
cuando estoy convencido de que todo habría sido mentira. Un maldito bulo. Al
menos desde el doce, desde que te vi, fugaz, entre los pasillos de la
Universidad y escondida entre los recovecos de nuestra ciudad. Lo pienso y solo
me dedicabas vistas furtivas, caras largas y orgullo que no se pudo quemar. ¡Lo
entiendo! No solo era yo, cogiendo otra mano en Gran Vía. Tú también otros
menesteres tenías. Otras palabras dedicabas a otros seres. Con más virtudes que
yo, supongo que sería. Ilusiones que rellenaron la vida que dejé vacía, mientras
yo, a pesar de todo, pensaba en mi mano entre tus dedos, mi saliva en tu
saliva. Aunque quisiera regar las flores que florecían, en ese jardín realmente
seguías. Pero quizá fuese mentira todo lo que decías y gran verdad lo que, mejor
que yo, escondías. Quizá nunca te acordaste de mí como yo pensaba que lo
hacías. Mientras peleaba contra mí mismo en un combate sin salida. Divagando
entre la mejor de las opciones para configurar, contigo, una vía. Quizá sea
todo del revés y sea yo el que vivió en una burbuja de mentira.
Gregorio S. Díaz "Burbujas de mentira"