
Tengo prendido en mi pituitaria
el olor que desprende tu pecho y tu piel, como si la fonda que tienes dentro escondida
hubiera explotado en mi cara. Y no creo que de forma arbitraria. Todo tiene su lógica
y sentimental venda y herida. Cicatriz y mordida. Son mis manos, y cada uno de
mis dedos, también los labios, los que saben a gloss pegajoso dulce y a rosa
chicle. A aromas de ron, vino y azufre. Veneno que, lento, recorre mi sangre y
quiere volverla a colorear de rojo. Y lo hace mientras tus besos los músculos
traspasan, aunque luego, una vez se han ido, se vuelve negra. Como siempre ha
sido. Tengo, en cada oreja, tu sonido que se va con el viento cada vez que te
veo partir, iluminada por los faros de xenón. Aquello que dices queriendo, a
ver qué digo. Y aquello que, inocentemente, te sale y me deja callado. Como si
fuera un código binario. Tengo en mi espalda todos los surcos que con tus uñas
has urdido. Formando auténticos valles de locura y paraíso. Tengo tus bocados
en la barbilla y en el cuello. Puertas que has abierto en mi cuerpo al mismísimo
infierno. Hasta tus besos los tengo marcados con chinchetas en el hueco que
juré, por siempre, dejar vacío, intacto, yermo.
Gregorio S. Díaz "Glass de labios"