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13 de abril de 2019

La tormenta de dentro.

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Menuda tormenta está cayendo dentro. Si, es cierto, ahí afuera pululan los brillos del sol combinados con viento frío intenso, pero dentro está todo negro. Las nubes oscuras, relampagueantes por momentos, cubren este pequeño cielo. A veces se ilumina, solo para dar crujidos y estruendos, como si coincidieran con los rayos de luz que recorren el espectro, a la vez que mis sinapsis conciben un nuevo, trágico y penitencial pensamiento. Si continúa lloviendo a este ritmo, la carretera por la que escribo mi sendero, va a convertirse en fango y mis pies, mi cuerpo y mi mente, van a quedar varados muy lejos de la maldita Senda de la Estampida. Aquí no hay ningún autobús donde reposar hasta el final, ni tengo las mismas ganas de Tolstoi o Thoreau. Tampoco me atrae la magia envolvente y tramposa de la naturaleza. Los miedos que tengo van más allá de los rápidos que desembocan en el golfo de México. Aunque sí que tienen que ver mucho con la loca sociedad que estamos construyendo, esa que, a partir de ahora, puede que a mí también me eche de menos. Por aquello de sentirse señalado, ridículo, fuera de lugar, ignorante de todos los sucesos. El hazmerreir del mundo entero. Por estar aquí, a cualquier plan presto, y solo trazado si alguien más está disponible para acometerlo. Esta tormenta me está llevando a un nuevo puerto, casi sin saberlo. Solitario, denso y lleno de suspenso. De sepulcral silencio. Lejos de este mortal veneno que tengo por sentimiento. Lejos de esta desquiciada cabeza que imagina cosas que duelen tanto como los posteriores lamentos. La culpa, quizá, solo sea del tiempo, puesto que es la única manera en la que a querer me ha enseñado. O tal vez sea la propia piel que, cada vez que se siente hurgada, no solo mira a esos dedos, sino más allá, a ver quien observa y ha sentido antes tal tacto, por si señala o vuelve a hacerlo. El granizo que ahora cae, tortura más que la idea del infierno, con su suave crepitar en el suelo. Y yo, sin mirar mucho adelante, sigo andando. Con la mochila en la espalda, llena de recuerdos. Algunos ya muertos. Y sigo, como siempre, demasiado lento. 

Gregorio S. Díaz "La tormenta de dentro"

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