Pequeño. Diminuto. Apenas una mota de
polvo dentro del vasto e infinito universo. Efímero, como el maldito tiempo,
que pasa y pasa. No retrocede, tampoco parece avanzar. Inútil. Etéreo. Nada. El último mono del circo.
El hombre más desdichado. El más absoluto de los torpes y paletos. El peor
jugador de todo posible juego. Un billete roto, sin valor. Un zorro de muerte herido.
Un agujero negro y un enorme vacío. El loco de turno. Un sin nombre. Sin identidad.
Un sin rumbo. Un muerto que, en vida, ya, yace. Una hormiga que no se percata
del gigante que la aplasta. Un mendigo que por rutina pide, en cualquier plaza.
Un fracasado que ha vuelto mierda todo lo que ha tocado. Un infrahumano, que no
tiene derecho a vivir ni merece ser nombrado. Una puta casualidad del azar. Una
simple pastilla a su debido tiempo y ¡pum! Nada de esto hubiera sucedido. Ni
éxito memorizando libros, ni besos tuyos en mi bala de plata las noches de
domingo. Hubiera quedado en el aire todo lo que he escrito. Ni tener que
habitar este cuerpo maldito. Que porta sangre que no es roja y está coloreado
de falsos y culturales mitos. De sueños que ya no se verán cumplidos. Un frustrado
más de la lista de los que ya han claudicado. A mi me queda poco para rendirme
y seguirles. Porque cada vez soy eso. Más pequeño. Más diminuto. Enano. Nada.
Todo eso es lo que soy, si es que aún soy.
Gregorio S. Díaz "Lo que soy, si es que aún soy"