No eran de las dudas de querer
irse, sino de las que dicen que aprietes. Que te quedes. Que las disipes. No eran
dudas de irse lejos, sino las de ¿dónde estoy? ¿qué hago? Quizá mejor solitario
que estas cuatro pequeñas paredes pintadas de morado. No eran de esas dudas que
se dicen por excusa, eran llamadas de emergencia para que estuvieras encima del
herido. Que la sangre ya iba por mi camisa. Necesitaba que taponaras por donde
brotaba. Que vinieras. Que me quitaras de nuevo de la cabeza la idea de la
huida. De la fuga. Que, con un beso, hubieras conseguido la victoria. Y a mi ponerme
los pies en el suelo, mirando mis pasadas huellas y a las que estábamos dando forma.
Que mi manía de verme ahogado, todavía no se había calmado. No eran dudas de si
te quería. Eran dudas de si yo lo hacía como merecías. Si estabas ahí, como de
verdad parecía. Que no era todo una vil mentira. No eran dudas sobre ti y lo
que eras, sino sobre mi y lo que era. Si mi condición no llevaría una estampida,
si iba a hacer saltar las alarmas y sobrevinieran las arengas a la pureza, de
sangre y de política. No eran dudas para tumbar al vivo, sino a todos nuestros
muertos. Los del pasado. Era una prueba de fuego. Y nos quemamos. Solo queda polvo.
El último.
Gregorio S. Díaz "Solo queda polvo"