
Cuando acabes, tira los pedazos
de mí por las escaleras de todas las pirámides. Luego, límpiate mi sangre en el
Amarillo y continúa, sin miramientos, tú largo viaje. Por la selva amazónica,
desiertos, templos y pistas de aterrizaje. Pero ahora, exprime cada poro de
piel, que aún puede salir papel de muchos colores. Aprisiona con el cinturón
la ropa y deja que explote la pasión en su caja de Pandora. Que ahí mismo se concentre
y se mantenga. Que no tenga, para escapar, ninguna rendija. Aprieta las tuercas
para que, con voz robótica, diga palabas casi perfectas. No comprometidas. Siempre
afirmativas. No deshechas. Nunca indiscretas. Ten el motor de todo lo que mueve
el mundo en la mano y dirige los designios intempestivos de quien, por no
perder y verse perdido, se permite tener amo. Ser esclavo. Impón tu criterio y
tu ley, sobre todo ciudadano y obliga al que te escucha a cumplirla, bajo pena
de prisión, sofá y duro suelo noches y noches, incluso días tempranos. Cumple
todos tus sueños y arrastra contigo al que viene agarrado al brazo. Deja que
piense y que sea consciente solo una vez al año. Que, aun preso loco y perdido,
estará dispuesto a seguirte. Aunque muerto en deseo, cansado y vacío, serás a
quien atado se quede.
Gregorio S. Díaz "Pirámides"