
Ya no salen las letras, las palabras,
desbordadas. Antes, recuerdo que salían toda ellas desencadenadas desde una
boca que tenía que, con las manos, taparlas. Se alimentaban de las lágrimas, del
dolor y la constancia, de la incertidumbre, de los besos no robados, de los
dados, de los que ella había a otros regalado. Ya no hay letras, ni palabras.
Solo quedan migajas. Alguna que otra, es verdad, pero siempre relacionada con
libros que cuentan historias verdaderas. No hacen volar, como aquellas novelas.
Será que ya no hay magia. Ni ilusión. Será que la tristeza, y el dolor, han ido
calmándose, yendo. No sé si para siempre. Será la estabilidad, que un puñetazo en
la mesa ha pegado y aquí se ha establecido. Igual que conformismo, que se ha
hecho sitio en esta casa y en este corazón que no llena de tinta papeles en
blanco. Que no tiene tiempo ni para pensarlo. Será que todo se ha acabado. Que
todo ha culminado y ya no hay nada más allá de este profundo letargo. Puede
que, al crecer, todos los sueños se hayan disipado. Que la realidad neoliberal
me haya ganado. Que, contra las cuerdas, no he luchado. Me he rendido. Será que ha llegado, como dijo Fukuyama, el Fin de la Historia. No de toda ella. No del mundo.
Este, en cuarentena, sigue girando. Pero sí que el Fin de Mi Historia.
Gregorio S. Díaz "El Fin de Mi Historia"