
Para qué sigo en este
páramo desierto cuyos lazos de sol me queman la piel. Para qué. Para convertir,
supongo, en risa un día de completo llanto. Para contentar a la reina
caprichosa del reino y del cuento. Para alejar a los fantasmas del pasado que surcan
los pasillos. Para que pueda conformarse con lo único que le ha tocado, todo lo
demás siempre se ha desvanecido. Yo no soy etéreo ni desparezco. Para poner la
mano, cuando existe enfermedad y dolor. Para llorar los dos. Para cuando se
necesitan pastillas y jarabes para la tos. Para hacer que dormir sea paz y
nunca, nunca, guerra. Para acompañar alguna que otra velada de invierno o
verano, como complemento al queso y al vino. Para aparecer en fotografías
colgadas. Para pasearme y decir “
lo tengo, no soy en el amor una fracasada”.
Para ser un bufón, un arlequín, un trovador, que ameniza cualquier
tiempo y a destiempo suelta alguna frase con tinta, creyéndose que está
queriendo. Para poner tarjeta y moneda en cada cosa que se antoja. Para calmar
tristeza y todos sus desgarros. Para todo eso. Nunca para la calle de los
sabores. Ni para el gusto del tacto. Mucho menos para el pudor y los excesos a
los que dan lugar los besos. Nunca para una borrachera de aquí te pillo y aquí
te mato. Todo eso, lo bueno, lo busca fuera. Ahí, parece ser, no existe dolor,
lágrimas ni tos. No hay límites ni frenos.
Y yo aquí. Siempre. Para complacer. Nunca para ser complacido.
Gregorio S. Díaz "Bufón, arlequín, trovador"