En aquella tregua que daba el
intenso verano jugábamos a reír. A reírnos de nosotros mismos al comprobar que
siempre fue real. Que no imaginé, que no creíste que fuera solo una fantasía.
Todas esas miradas, todas aquellas palabras. Ya recorrí tu cuerpo azul y tus
labios sangre. Ya vi cómo se volvían blancos tus ojos con cada injusticia. De
lo que te hablo, ahora, es que jugábamos a tocarnos, lejos de los focos que
deslumbran, en la intimidad, sin los protocolos de la podrida sociedad. Allí había
calor y libros, almas y vidas, pasión con la que por primera vez decidíamos
amarnos. Habíamos pisado ya Milán, Roma y El Cairo, y aún faltaba Atenas y las
antiguas islas griegas. Las blancas casas y el mar tan azul como el cielo, no
era nada comparado con la forma en que, tras las orejas, te escondías el pelo.
Yo te contaba otra de las tantas historias que tiene la Historia y me mirabas
con mezcla de admiración y picardía. Y entendí el viaje casi eterno de Ulises.
El arrebato de Paris y Helena queriendo dejar todo atrás para marcharse a
quererse a la postrera trágica Troya. Todas esas imágenes comenzaron a
diluirse, borrosas, porque eran un sueño, una visión, una novela. Esto es
ruinas, muros de piedras derruidos, fuegos que arrasando en su caminar parecen
ya extinguidos. Solo queda el breve recuerdo de un tiempo que fue casi nuestro.
De eclipses, torbellinos y tormentos. De España y todos sus muertos. De saber
de qué hablábamos cuando no hablábamos de nada. De querer cientos de libros y
no atrevernos a escribir el nuestro.
Gregorio S. Díaz "Un tiempo que fue casi nuestro"