Ni pensar en darle la vuelta a
las manecillas del reloj, ni aquel septiembre, ni a aquella vieja montaña, por
mucho de lo que uno se arrepienta. No voy a negarme un dolor que, por justo,
fue extremadamente necesario. No voy a querer agarrar oportunidades efímeras,
porque los trenes también pueden quedarse en llamadas perdidas. Ni hacer ni
deshacer. El tiempo es el que es. Que la Historia siga su línea, que todo vaya
en el camino que debe ir. Ni más perdón, ni más gracias. Lo que di, fue lo que
tenía. Lo que hice, lo que me nacía. Lo que dije, lo que me salía. Si tuviera
que hacerlo, acaso quitarle la venda a quien, ciego, te escribía y escribía. A
quien el mundo no entendía. Ni una pizca de revolución, de rebeldía. Solo arder
en el fuego de tu saliva. Ya no salen tus letras, ni se ve tu nombre en los
personajes de mis novelas. Ya no te lloro en libretas. Maldigo, eso sí, tus
maldiciones. El hechizo que me ha quitado tiempo de vida. Que me ha puesto la
zancadilla al andar, y mil rosas de espinas. Que fue creando rincones de esta
casa para esconder lo que nadie puede controlar. Que ha sido malgastada toda la
tinta etérea con la que te dejé plasmada en palabras. Las que me demandas, las
que necesitas. Que había otros caminos, otros mundos. Y yo en tu infierno que cada
cierto tiempo me quemaba. Que había vida después de tantos sueños de tu negra
muerte. Que las cadenas no viven, solo aprietan, te desnudan y se confunden con
tus huesos. Hasta que se quiebran. Y aquí, mi señora, solo huele a libertad.