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14 de enero de 2022

Compartir una vela del peregrino que baila

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Juventud llenaba mi cuerpo, colmado de excesos. En la línea no gruesa de todo mi tiempo. Picardía en la cara y en los gestos. En las palabras y en los textos. El mundo entero a mis pies, trazando caminos por los que ir transitando. Como un diochesco romántico. El dinero por primera vez entraba más rápido de lo que salía. Era una odisea gastarlo. No podía quitarme de encima esos ojos verdes que mil cosas me decían. Moría cada lunes temprano y resucitaba cada sábado a eso de las tres de la madrugada, repleto de deseo y con ganas de saciarlo. De beberte la sangre, la saliva y los besos. La vida era carretera, cerveza, pizza y un paseo por una ciudad enana. Buscar un hueco en la noche fría y estrellada al que dedicar tu cuerpo y mi alma. Recorrer con tacto el paraíso, crear vapor de nuestros labios. Llorar por la pesada etiqueta, por no querer que te fueras. Pensar en el tiempo que queda, perder la noción de la vida, acurrucados en un cubículo de hierro. El camino se veía desde las montañas, haciéndose pequeño, sin huellas ni señales. Miedo, miedo y estelas de inseguridad guardadas. Me quedaré solo, cuando decidas que me vaya. Nunca izquierda, siempre reaccionaria. Del valle de tu pecho me eyecté sin haber coronado la cima de tus pestañas. Sin haber reconocido que tú eras como mi querida España. Y quise, quise dedicarme a ello con voluntad y maña. Con ganas. Te juro que no me vino el pánico cuando el rojo se retrasaba y amenazaba. Quise, pero en perspectiva puse nuestras vidas de forma comparada. Qué tenía yo, además de tres camisas raídas, libros amarillos y una mancha negra en mi frente y espalda. No quería marcarte con tizne la cara. Compartir una vela en la noche tranquila del peregrino que baila. Nunca antes fueron tan cortas, ni tan poco amargas. Tener mil ojos encima, manos entrelazadas. Un pañuelo que todavía por mí habla, con aquellas palabras. Sigue, desde donde esté, susurrándotelas. Eran ciertas, por más que mi destino yo mismo sentenciara. Eran ciertas, quería cumplirlas, pero no condenarla. Tenías que volar y yo tuve que cortar mis propias alas. 

Gregorio S. Díaz "Compartir una vela del peregrino que baila"



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