En los estertores de la juventud clavé en mí la última puntilla. Aquel fue el momento definitivo, atraído pudiera ser por la Luna, pero sobre todo por mis locas ideas, por la razón y por la maldita y recta cordura. Cuando todo el mundo que conocía ya se acababa…Cuando nacía otro en el que los papeles se intercambiaban. Justo en ese momento, estuve por instantes en el lado correcto. En el bando que, de seguir leal hasta el final del invierno, me hubiera llevado a la victoria y a la conquista de todo reino. Aunque ella se sublevara días normales cada febrero, aunque me atara y deshiciera todos mis nudos. Tenía todo para enfrentar sin miedo cualquier batalla que el nuevo mundo me declarara. Pasión y sentimiento cada minuto de cada hora. Reflexión sobre el lugar del que vienes, al que perteneces y del que eres. Como llegamos al recóndito espacio en el que, a oscuras y de forma lenta y violenta, nos amábamos a solas. Pero la juventud, esa puta traidora, que te ve unos años y te promete todo lo que anhelas y deseas, dejó de mirar los ojos de este cobarde y optó por la indiferencia. Mis latidos y súplicas, comenzó a ignorarme. Qué hacer con esa pesada losa, con no ser lo que siempre había sido. Si tú te alejabas dónde quedaban los restos de mi cuerpo mutilado, de aquel pasado que llegaba a deshoras. Agarré lo caliente y prudente que pude, renuncié a más de mis mil virtudes, a mis tres últimos deseos y a mi única idea de lo que es y debe ser siempre un beso. Tuve que hacerlo. Juventud me había depuesto. No tenía el hueco que ahora tengo. Aunque esté seco, intacto. Yermo.
Gregorio S. Díaz "En los estertores de la juventud"